La renuncia de Hugo Velázquez a su candidatura presidencial –se espera que abandone también la Vicepresidencia de la República– es lo que cabe esperar ante la calificación que le vino del Norte; la misma, por razones más graves, alcanzó a Horacio Cartes, quien sigue en su intención de presidir la Junta de Gobierno del Partido Colorado.
¿Por qué Velázquez renunció y Cartes no? ¿Acaso no están unidos por el mismo escándalo internacional? Velázquez percibió con honradez que su deshonra dañaría la muy dañada imagen de su partido. ¿Y Cartes? ¿Nada le dice que, de ganar, el coloradismo perdería sin remedio? ¿Qué asociación política será la que su presidente no podrá salir del país por temor a ser apresado?
Según su doctrina, el Partido Colorado es de hombres libres. ¿De hombres libres y su titular no podrá ir ni a Clorinda?
Un ministro inglés renunció porque llegó un poco más tarde a una reunión parlamentaria. Se consideró indigno al robar el tiempo a unas personas que lo esperaban ¡desde hacía dos minutos! La primera ministra sueca, con un brillante porvenir en la política, renunció cuando la opinión pública se enteró de que había usado la tarjeta de crédito estatal para una cuestión privada ¡por 310 dólares! Devolvió el dinero, como había sido su intención, pero incurrió en un hecho indebido. El motivo de ambas renuncias, de los muchos ejemplos similares, fue porque podría dañar a sus respectivos partidos.
En nuestro país ¿cuánto es necesario robar para lastimar a un partido político? ¿Qué calamidades hay que hacer para, al menos, salpicar con una gota que manche la imagen partidaria? Se robe lo que se robe, se haga lo que se haga, ni al Partido Colorado ni a sus autoridades les alcanzan sus efectos. Se olvidan, o se hacen los desentendidos de que hay una inmensa cantidad de jóvenes que comienzan a mirar de reojo a los directores partidarios; jóvenes con otra mentalidad, que piensan por cuenta propia, que no quieren vivir en el rebaño manejado por gente mentirosa, insensible, corrupta.
Es esa juventud la que va a cambiar el destino partidario y del país. Cartes no ve, desde la altura de su arrogancia, que viene una ola joven que sepultará a la antigua. El Partido Colorado no es viejo por sus muchos años, sino por sus autoridades que se quedaron amarradas en el tiempo, sin imaginación, iniciativa, coraje, acto esperanzador. Confunden acción con poner al partido en punto muerto y verlo rodar; confunden progreso con la riqueza personal acumulada en la oscuridad; confunden camaradería con la reunión para delinquir; confunden justicia con la compra de fiscales y jueces para castigar a quienes los denuncian.
Cartes todavía se jacta de su poder económico. Se muestra como si nada le ocurriese, como si fuera a manejar a los colorados como le dicta su antojo. En su soberbia desprecia las voces sensatas y honradas que claman por un liderazgo distinto, con ideas, propuestas creativas, ejemplo moral.
Santiago Peña tiene razón al decir que no se haga caso al castigo norteamericano porque no debilitará su postulación ni a su movimiento. Posiblemente así sea porque, en definitiva, lo que importa es la reacción local. Y aquí está el drama nacional: quienes deberían de oponerse a la vigencia de Cartes, son quienes lo sostienen. ¡Y dicen ser colorados! Reviven la historia de la militancia estronista: “Hasta las últimas consecuencias”. Y si la historia se repite, nadie se irá al aeropuerto a despedir al líder en caso de que reciba la “invitación” para viajar a los Estados Unidos.
Cuando los días felices terminan rotos en un abismo nos damos cuenta de que la vida es sueño.