Vencer a la desesperanza

“Nuestro país ya no va a cambiar” me decía doña Eli al mirar la tapa del diario en la que se denunciaba que altos funcionarios y dirigentes políticos están la nómina de exobreros que reclaman una indemnización a Itaipú por haber prestado servicios en empresas contratistas.

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Me dejó pensando en que probablemente ese es el mayor daño que produjeron a lo largo de nuestra historia la corrupción y la impunidad político judicial, esa idea de que ya no tenemos remedio, de que estamos irremediablemente condenados al fracaso.

Permítanme sin embargo exponer una muestra que nos lleve, quizás con un estúpido optimismo, no solo ver el vaso medio lleno, sino a entender que podemos llenar esa otra mitad.

Se repite hasta el hartazgo pero no por ello es menos cierto: tenemos la mayor producción de energía hidroeléctrica por habitante en el mundo, con la capacidad de autoabastecernos y exportarla. Tenemos todas las condiciones para ser verdaderamente soberanos energéticamente, y una parte importante de nuestro parque automotor, comenzando por el transporte público, ya debería estar moviéndose con lo que producimos suficiente y abundantemente.

Producimos alimentos para exportar al mundo. Tenemos la capacidad, con inversiones y decisión política, de autoabastecernos e industrializar rubros que nos caracterizan por su calidad. El suelo de nuestra región Oriental es esencialmente fértil y permite la producción de una infinidad de rubros, y el Chaco es un ecosistema en el que pueden convivir perfectamente la ganadería bien explotada y otros varios rubros agrícolas.

En nuestro país tampoco tenemos problemas raciales que nos dividan profundamente, sí una deuda histórica con pueblos indígenas con los que no se trabaja para lograr una inserción real, eso se logra con política.

La enemiga a derrotar es indudablemente la pobreza. La educación y el trabajo son las herramientas que deben llevar a reducir esos enormes contrastes de ver a un país con tantos recursos, con familias que no tienen cómo llevar un plato caliente a la mesa.

Se habla también hasta el hartazgo del Acuífero Guaraní, pero no por ello es menos real. Tenemos bajo nuestros pies una de las mayores reservas de agua dulce, que debería garantizar el acceso de toda la población a algo vital.

No tenemos una geografía hostil, muchos se quejarán con razón de la falta de salida al mar, pero en contrapartida somos un punto central para conectar al Atlántico con el Pacífico, y no sufrimos de terremotos, deslizamientos, tsunamis ni huracanes.

No tenemos problemas religiosos profundos, los creyentes de diferentes cultos conviven generalmente de forma tolerante.

Seguimos teniendo una población mayoritariamente joven que constituye una innegable fuerza laboral, la población de adultos mayores sin ingresos no representa aún un problema insalvable, aunque deben tomarse decisiones que hagan sostenibles en el tiempo las cajas jubilatorias, como la fiscal cuyo agujero se va ensanchando exponencialmente.

Sí hay problemas de fondo que deben encararse frontalmente antes de que sea demasiado tarde, como el narcotráfico y el crimen organizado, que pueden terminar de destrozar no solo familias enteras sino también nuestra frágil institucionalidad.

Esa es la clave, que las instituciones funcionen por igual para todos.

Por eso un buen paso sería tener una fiscalía no sometida a un grupo político en particular, sino representando verdaderamente a la sociedad, para lo que fue conceptualmente concebida.

Creemos que aún estamos a tiempo. Vale la pena intentarlo.

guille@abc.com.py

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