Los sueños que proyectaba cumplir se esfumaron cuando al llegar al lugar se encontró con una realidad totalmente distinta, que debía dedicarse a la prostitución. Fue obligada a ejercer el trabajo sexual, pero que a la menor chance se comunicó con sus familiares en Paraguay a quienes pidió auxilio.
Tras la denuncia se inició una investigación, fue rescatada y traída nuevamente a nuestro país; mientras que el presunto reclutador ya se encuentra detenido. Los investigadores sospechan que se trataría de una red que estaría operando desde hace un tiempo y que habrían más víctimas.
La trata de personas es un crimen transnacional que mayormente se aprovecha de la vulnerabilidad económica de las víctimas y que no solo las capta para fines de explotación sexual como nos propone el caso reciente, sino también para otros propósitos como el trabajo esclavo.
Una persona que vive en una situación de pobreza, sin un empleo fijo, sin oportunidad de educación y con la única opción de recurrir al deprimente sistema de salud pública en caso de enfermedad, ve en estas “ofertas” de trabajo en el exterior una alternativa para salir de esa situación, alternativa que los gobernantes a través de la planificación y la proyección de construir un país de oportunidades no ofrecen.
Este flagelo gana fuerza cuando un gobierno no es lo suficientemente fuerte en sus políticas de desarrollo, al punto de convertirse en el principal responsable de que estos criminales sigan captando víctimas.
Por más planes de prevención contra la trata de personas que se promocionen, si no se dan las condiciones favorables para que un ciudadano se desarrolle y que eso le permita mejorar su calidad de vida, estás redes delincuenciales seguirán creciendo como lo han hecho hasta ahora.
Es primordial que desde el Estado se impulsen políticas públicas integrales y aplicables a la realidad. Si la iniciativa no parte de allí, todo seguirá igual o peor.