El pasado jueves 7 de julio, el juez Recarey, en su sentencia, exigió al gobierno publicar “íntegros (...) todos los contratos de compra de estas vacunas”; “la composición de las sustancias a inocular” y “un texto - a suministrar a los responsables de los menores de edad- que informe completamente y con claridad” sobre “la composición de las sustancias inyectables (todos los elementos que contengan, de la naturaleza que fueren); los beneficios que conlleva la vacuna, los riesgos que tenga, con detalle de su naturaleza, probabilidad, magnitud y, de ser ello posible, momento de ocurrencia”, así como que “aclare que la sustancia tiene solo autorización de emergencia y no definitiva, explicando en términos sencillos qué diferencia suponen esos dos tipos de permisiones… que se detallen los efectos adversos ya detectados, en su totalidad actualizando periódicamente esta información, y que se lleven adelante los controles a los que el estado está obligado por la ley”. (1)
Según la empresa Pfizer nadie en el mundo tiene derecho a conocer nada de eso, y mucho menos los precios secretos que hacen pagar al pueblo funcionarios corruptos funcionales a esa empresa.
El aparato de propaganda de Pfizer logró durante los dos años anteriores que Ursula von der Layen (2) presidenta de la Unión Europea, no elegida por el pueblo, y Mark Zuckerberg (3), oligarca norteamericano que controla Facebook, la mayor red social del mundo, impusieran la censura y la cancelación a nivel global a cualquier pregunta sobre las vacunas anticovid.
Y además, Pfizer promueve campañas de desprestigio contra cualquiera que se le oponga.
Sin embargo, las preguntas que plantea Recarey son de sentido común básico, de decencia esencial, y son un imperativo republicano y democrático.
El hecho de que haya bandidos que trabajan para Pfizer en los gobiernos y en los medios, laburando para que esa empresa siga robando con precios secretos y censurando el escrutinio científico sobre sus productos solo confirma que son bandidos.
Bandidos (“1. Malhechor, delincuente; 2. Persona sin escrúpulos, que engaña o estafa; 3. Persona que roba en los despoblados, salteador de caminos; 4. Fugitivo de la justicia…”), pues el secreto en el precio es un robo puro y simple e inocular sustancias secretas en otros es carecer de escrúpulos, encima censurando el escrutinio sobre sus efectos, cosa de malhechores.
En nuestro país, el ministerio de Salud pretende ahora usar las vacunas de Pfizer hasta en bebes de sólo seis meses. Cero vergüenza a la hora de vender.