Cuanto más estos padres rechazan los cambios, más rígidamente se parapetan en su forma de pensar y más distancia crean con sus hijos que, por supuesto, circulan por un mundo moderno. Si los padres no se actualizan e informan y aprenden de este nuevo mundo, el abismo intergeneracional será mucho mayor y el conflicto aún mayor y la negociación más difícil.
Algunos autores, refiriéndose al uso y a los avances de la tecnología, diferencian a los “nativos o migrantes digitales”. Esta generación ha nacido con un mouse en la mano y ahora con pantalla táctil, y este impacto de evolución tecnológica creará mediante cambios epigenéticos en principio, nuevos cerebros. Muy diferente es la generación de los “migrantes tecnológicos”, que han debido hacer el pasaje de lo que se creía que era la gran sofisticación, a las nuevas tecnologías. Y esta distinción no solo involucra el manejo cibernético, sino todo un universo de creencias y significados acerca de la vida y como se debe vivir y, principalmente como se establece la comunicación humana: así se generan conflictos en la comunicación.
Hoy los niños, púberes y adolescentes, “twitean”, se comunican por Instagram, “wasapean”, se mensajean o se mandan mail. También se encuentran, hacen salidas y juegan, pero se comunican más por las redes sociales que de manera personal cara a cara. Son otro tipo de salidas, de juegos, de intereses. El mundo ha cambiado. Muchos padres y madres se han dedicado a criticar la forma de comunicación de los hijos, hablando de los beneficios del tipo de comunicación que se establecía en su infancia y adolescencia. Caen en la trampa de colocar un énfasis desmedido en los beneficios del tipo de vínculo de los años de. ¿Mejor o peor?: es absurdo establecer una comparación entre una y otra generación puesto que siempre se colocarán creencias y valores de la generación a la que se representa: “Ni mejor ni peor, sencillamente diferente”. Siempre intergeneracionalmente estas diferencias se establecen y se depositan en ellas diversos significados y la tendencia consiste en beatificar los tiempos pasados y descalificar a las nuevas generaciones. Entonces si bien hay diferencias, todas las etapas del ciclo evolutivo tienen sus ventajas y desventajas a todo nivel.
En el terreno neurobiológico, sin duda que esta forma de comunicación y juego (como factor epigenético) llevará a cambios de estructura y funcionamiento cerebral en millones de años. Por ejemplo, los videojuegos jugados por varones están poblados de estímulos en simultáneo percibidos por un cerebro masculino que se halla más lateralizado, razón por la que admite una acción por vez. Sin embargo, los chicos actuales, nativos digitales, trabajan con una simultaneidad asombrosa.
Turgencia hormonal
La adrenalina circulante producto de ejercitar la amígdala en situaciones virtuales de riesgo como señala el célebre neurocientífico Joseph Ledoux, la testosterona competitiva, la vasopresina defendiendo al equipo el análisis global de la situación para entender qué decisión tomar rápida y efectiva, la dopamina que arma un circuito de recompensa por la victoria y el cortisol que mantiene en tensión en una alerta hipervigilante, hace que el chico que juega después de la cena no logre conciliar el sueño, puesto que es el mismo cortisol el que no permite la aparición de serotonina, precursora de la melatonina inductora al sueño. Y allí están los padres prorrateando el tiempo de juego y colocando los límites para irse a la cama, ya que un adolescente o un púber por la turgencia y revolución hormonal, deberá dormir al menos 10 hs. diarias. Mas allá que en la adolescencia es común la abundancia de ‘búhos’ (ritmo nocturno), lo que significa que es factible que se acuesten tarde y levantarse al mediodía: de esta manera funciona el ‘reloj biológico’ en esta etapa de la vida.
Los tiempos cambiaron y esto también genera cambios en los ciclos evolutivos. Los ancianos no son tan ancianos, la gente se muere más vieja, se es adulto más tardíamente. Pareciera ser que cada vez es más corto el período de la pubertad. Hace 40 años atrás una niña de 13 años pertenecía al ciclo evolutivo de la pubertad: es decir, vestía como nena y jugaba a juegos de nena. Hoy es una preadolescente con un busto relativamente incipiente pero que se encarga de remarcar con corpiños armados, con ropa a la moda, con maquillaje incluido y con conversaciones entre amigas acerca del otro sexo. Hoy los ex púberes de 13 varones, visten con ropa a la moda, flirtean y seducen, se hacen peinados modernos, y salen a bailar en la matiné.
Los progenitores deben actualizarse acerca de cómo funciona este nuevo mundo, sin juzgarlo, ni tratar de desvalorizarlo y prestigiar los aciertos de nuestra generación. Esta actualización no anula la guía, el consejo y, principalmente la puesta de límites que, en lo que respecta al uso de la tecnología es muy importante. Cuando los padres y madres hablan de que los chicos abusan de los videos juegos, cabría preguntarse si la verdadera formulación se traduce en que los padres no colocan los límites suficientes ¿detrás de estos abusos tecnológicos, se encuentran padres ausentes o pautas laxas o débiles? En esta dirección algunos estudios no solo investigaron las conductas ciberadictivas en relación a la supervisión familiar durante la conexión en red, y afirmaron la importancia del control de la familia como un factor de protección.
Los límites son categóricamente vitales en esta etapa: para que la Adolescencia no se transforme en “Dolescencia”, es decir, que no duela ni a padres ni a hijos, ni dañe el vínculo, es importante colocar pautas que demarquen qué es lo que está bien y qué está mal. Una razón neurobiológica explica que el lóbulo prefrontal, centro de la moral y control de los impulsos, se termina de desarrollar entre los 20 y 21 años. Mientras tanto, los parámetros de lo que se debe o no se debe lo deben reglar los progenitores, de lo contrario, la testosterona, los estrógenos y progesterona, dibujan acciones sin límites y en muchos casos peligrosas.