Es cierto, un país no es sus autoridades pero lo representa de algún modo. Oliva, Meliá y otros dignos sacerdotes, tuvieron la grandeza de devolver la persecución en obras de bien común.
La dictadura los acusaba de ser extranjeros sin derecho a pensar por cuenta propia. Otro ilustre español, Rafael Barrett, también sufrió el hostigamiento de la barbarie por sus buenas intenciones. Esta fue su respuesta: “No soy un extranjero entre vosotros. La verdad y la justicia, cualquiera que sea la boca que las defienda, no son extranjeros en ningún sitio del mundo. Y si lo fueran ¡qué dignos seríais de infinita lástima!”. Varias veces en nuestra historia fuimos dignos de esa infinita lástima.
El Padre Francisco de Paula Oliva vino al Paraguay en 1964 con 35 años de edad. Había nacido en Sevilla en 1928. Le conocí personalmente en 1966 cuando yo oficiaba algo así como encargado de programas en vivo de TV Canal 9. Me acercó el guión de un programa educativo para una serie creo que de 10 emisiones. Fue entonces, y posiblemente lo sería hoy, un proyecto novedoso, creativo, inteligente, que buscaba dar a la televisión un contenido cultural. Era tan bueno el proyecto que los directivos del canal lo rechazaron. Por ese entonces, si mal no recuerdo, enseñaba Comunicación en la Católica con el beneplácito de los jóvenes que encontraron en el pa’i Oliva una guía segura para futuros emprendimientos.
Lector y comentarista certero de la realidad nacional, pronto llamó la atención de la dictadura que lo “estudiaba” del revés y del derecho. No tardó en llegar a la conclusión lógica –lógica para el autoritarismo- de que se trataba de un sacerdote cuya popularidad, inadmisible, crecía esencialmente entre los jóvenes y al mismo tiempo entre los pobres que poblaban los barrios marginales, siempre abandonados a su suerte. El Padre Oliva les predicó, no la resignación ni la desesperanza, ni mucho menos vivir y morir de rodillas, sino llenarse de ánimo, de fuerza, de propósitos para que se metan en la cabeza de que la pobreza no es una virtud sino una desgracia, más aún cuando viene de la injusticia. Y que esa pobreza es posible vencerla con pequeños gestos, pero constantes, de rechazo a las arbitrariedades. La peor pobreza es la que se acepta con mansedumbre.
Naturalmente, el Padre Oliva fue visto como enemigo del gobierno que no tuvo otra respuesta que expulsarlo del país, como a otros tantos dignos ciudadanos que se esforzaban por un país mejor. Corría el año de 1969. Su ausencia dejó un vacío que la dictadura lo llenó de un ruido espantoso, lo único que conocía, para que se creyeran en las difamaciones y calumnias. Nadie las creyó ni siquiera quienes las propalaban porque el pa’i Oliva era enteramente transparente en sus prédicas, en sus gestos, en sus actos.
Regresó al Paraguay en 1995 cuando la democracia procuraba trabajosamente afianzarse; cuando los muchos peligros la acechaban -como en marzo de 1999- con el golpe del oviedismo que regó de sangre la plaza del Congreso aquel aciago día del asesinato del vicepresidente de la República, Luis María Argaña. Tuvo como consecuencia inmediata que los jóvenes argañistas se congregaran frente al edificio del Congreso para seguir la sesión que estudiaba el juicio político al presidente Raúl Cubas. También los oviedistas, que apoyaban a Cubas, se congregaron en la misma plaza con intenciones de alejar a los argañistas. Como no les fue posible, pistoleros oviedistas se instalaron en la terraza del edificio Zodiac desde donde dispararon, tal como se pudo ver en directo por los canales de televisión. Luego la balacera se trasladó a la misma plaza, entre la multitud. Esta locura oviedista dejó siete jóvenes argañistas asesinados en el acto. Uno de ellos falleció después. En este drama sangriento se vio alzarse la figura del pa´'i Oliva procurando aliviar, entre los manifestantes, la difícil situación que vivía el país.
Se lo sintió, igualmente, el 31 de marzo de 2017 cuando 25 senadores cartistas -algunos de ellos disfrazados de opositores- aprobaron, a puertas cerradas, violar la Constitución Nacional para permitir la enmienda a favor de la reelección de Cartes. Fue una noche de pesadilla que dejó como saldo el asesinato de un joven liberal.
En el velorio del pa’í Oliva y en otras ceremonias religiosas se apreció a una multitud dolida. Un poblador del Bañado Sur, donde siempre vivió el Padre Oliva, resumió su trabajo sacerdotal con estas palabras: “Hizo que siempre luchemos por mejorar nuestro entorno. Él cambió nuestra vida, nuestra forma de ver las cosas”.