Freixas, que a sus 75 años tiene memoria de la lucha feminista en un país en el que bajo el régimen franquista las mujeres casadas no podían abrir una cuenta bancaria individual, ahora reflexiona acerca de la liberación de ataduras que para muchas mujeres significa la fase de la vejez. O sea, soltar amarras en relación a las exigencias sociales para mantener una apariencia “joven” a pesar de la realidad inapelable que conlleva hacerse mayor.
En una entrevista publicada en El País, la psicóloga y escritora catalana afirma: “Déjame ser vieja, orgullosamente vieja”, que no necesariamente equivale a darse por vencido, sino a vivir la vejez plenamente y sin “complejos”. Barreras muchas veces impuestas por unos cánones que suelen afectar menos a los hombres, amparados de algún modo en el lema (que en la ropa aplicó el diseñador Adolfo Domínguez) “La arruga es bella”. Sin duda, un eslogan del que hasta el día de hoy presume el nonagenario Clint Eastwood, cuyos profundos surcos en el rostro no le han pasado factura como a sus compañeras de reparto en un Hollywood inclemente.
Mientras con su nuevo libro Freixas pretende “normalizar” la ancianidad femenina sin tener que pedir perdón por ello, abundan las sugerencias de quienes insisten en los beneficios de teñirse las canas o recurrir al Botox para adquirir un aspecto “renovado”. Frente a este bombardeo de reclamos Freixas encuentra seguidoras que se hacen eco de su reivindicación de la vejez “cómoda y afirmativa”, hartas de la servidumbre de los tintes y escépticas con rellenos faciales que no pueden frenar el avance de los años.
Ahora bien, también desde el feminismo hay otras perspectivas de la mujer en el umbral de la vejez. La reconocida filósofa estadounidense Martha Nussbaum, que acaba de publicar un libro sobre el Movimiento #MeToo, en 2017 escribió con el profesor de Derecho Saul Levmore Aging thoughfully-conversations about retirement, romance wrinkles and regret.
Por medio de un diálogo constructivo en ensayos alternos, los dos académicos discuten, en ocasiones exhibiendo grandes diferencias, sobre los retos que se presentan al envejecer. Por ejemplo, Levmore aboga por un límite de edad laboral. Nussbaum, en cambio, considera que se puede trabajar hasta una edad avanzada si el cuerpo y la mente lo permiten.
La filósofa aborrece las comunidades de retirados y Levmore las defiende como ámbitos donde los jubilados pueden disfrutar de una existencia gregaria.
En lo que si están de acuerdo estos dos profesores de la Universidad de Chicago es en la reivindicación de retoques estéticos si estos contribuyen al bienestar de las personas, con el fin de prolongar un aspecto más juvenil en una era en la que cada vez se viven más años y tanto la etapa productiva como afectiva/sexual también se alarga en el tiempo.
Nussbaum, que a los 74 años se mantiene en forma con una disciplinada rutina de ejercicios y desafía los estereotipos de la mujer mayor con una vestimenta rabiosamente a la moda, se niega a percibir la vejez como una renuncia.
Para ella los rigores de la senectud sencillamente forman parte de un ciclo vital y su arma es la de la resistencia frente la claudicación. Esta prolífica autora de más de una veintena de libros compagina una intensa actividad intelectual con una vida donde hay cabida para los placeres sensoriales. Llena de una vitalidad arrolladora, está segura de que ha heredado los genes de su abuela, que vivió hasta los 104 años.
Desde dos ópticas y vivencias distintas Freixas y Nussbaum no tienen miedo a derribar los nocivos mitos que rodean la ancianidad de las mujeres. Llevan por bandera ser orgullosamente viejas. [©FIRMAS PRESS]
@ginamontaner