Triple calamidad

Cuando escribo estas líneas, varios días después de la tormenta, todavía veo en los noticieros denuncias de zonas en las que el servicio de electricidad no se ha restablecido. Esas quejas vienen a sustituir o, más bien, a sumarse a las que desde hace semanas se producen por falta de provisión de agua y por la chapucera gestión del pasaje electrónico.

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Pero centrémonos de momento en la electricidad. Además de las incomodidades domésticas que la mala gestión de los servicios públicos ocasiona a las personas (a veces tan graves como las de un diabético que no puede refrigerar su insulina), quiero remarcar el enorme perjuicio económico que conllevan, que con frecuencia se pasa por alto; pero a la larga resulta mucho más grave de lo que imaginamos.

Pónganse en el lugar de las empresas micro, pequeñas y medianas que, por supuesto, en su mayoría carecen de los recursos para tener un generador… Más allá de que, sin electricidad, su producción quedará paralizada, muchos sectores tendrán daños económicos colaterales que, simplemente, podrían significar el cierre de algunas de las que, hasta ahora, fueron capaces de sobrevivir a las restricciones sanitarias de la pandemia.

Piensen, por ejemplo, en la despensa de barrio, en el quiosquito de venta de hamburguesas o en el pequeño restaurante que han estado cerrados por meses y que han reabierto con menos de la mitad de su volumen de actividad y que, para colmo, tienen que tirar a la basura todo lo que tenían en heladeras y congeladores.

Las autoridades de la ANDE, como es costumbre, se excusan alegando la especial severidad de la tormenta y le tiran la pelota a la municipalidad por la caída de árboles cuyo cuidado es poco menos que nulo; pero olvidan que la telaraña… Me corrijo, las arañas son muy ordenadas; mejor dicho, la maraña de cables enredados y descuidados sobre la que cayeron los árboles.

Parece que en el legislativo, el diputado Sebastián García está pidiendo explicaciones sobre cuatro millones de dólares destinados al cableado subterráneo en el año 2012… Quiere saber ese legislador (y con él todos los paraguayos) dónde están esos cables subterráneos o dónde está esa plata.

Ciertamente un fenómeno natural tan extremo justifica los cortes, pero no la lentitud en la reposición del servicio. Por otra parte, la excusa sería valedera hasta cierto punto, si no fuera porque los cortes de luz son demasiado frecuentes. Escuché que en Villarrica se solucionaron los cortes en menos de una hora; si es así, parece que el reino del revés no son los guaireños, sino el resto del Paraguay.

Simplemente, en nuestro país los servicios básicos no funcionan y, en consecuencia, difícilmente puede consolidarse la prosperidad de la actividad productiva. No se trata solo de la electricidad: el transporte público, la red vial, la provisión de agua potable, etc.; todo es deficitario, de mala calidad, descuidado y desprolijo. Las autoridades que administran los servicios parecen desconocer la palabra “mantenimiento”.

En nuestro país las calamidades naturales son sistemáticamente reforzadas por otras dos calamidades que provienen de la mala gestión: la calamitosa imprevisión, antes de que ocurra la emergencia, y la calamitosa inoperancia para reaccionar rápida y eficazmente, después de que el fenómeno natural ocurrió. Es por eso que cualquier emergencia termina por tomar proporciones catastróficas.

Cuando hablábamos, unos años atrás, de los frecuentes cortes de luz en el país con más electricidad por habitante del mundo, un irónico amigo resumió la situación con un chiste que nos hizo reír a todos los presentes con una risa amarga: “Así no más es –dijo–, si a los políticos paraguayos les dejaran administrar el desierto del Sahara, pronto escasearía la arena”.

rolandoniella@abc.com.py

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