"Murió de coriza el mes pasado durante el confinamiento, fue encontrado muerto al pie del gallinero, hicimos todo lo que pudimos", dijo a la AFP Corinne Fesseau, la dueña del animal de seis años, que estuvo enfermo durante meses.
Su muerte se remonta a principios de mayo, pero su dueña, "muy triste", prefirió esperar hasta el final del confinamiento para anunciarlo.
"Maurice era un emblema, un símbolo de la vida rural, un héroe", dijo Fesseau, que enterró al animal en su jardín.
Su cacareo al alba molesta a los propietarios de una residencia secundaria en la turística isla de Oleron, en el suroeste de Francia. Pero la justicia terminó dando razón a su dueña y dejó que Maurice siguiera cantando.
Esta batalla dio la vuelta al mundo. Fue retomada en un artículo del New York Times, fue objeto de una campaña con camisetas con el lema "Let me sing" (déjenme cantar) y hubo incluso una petición para "salvar a Maurice" que consiguió más de 140.000 firmas.
Aunque anecdótico, el caso de Maurice ilustró los temores de que desaparezca el mundo rural en Francia, debido al declive de la actividad agrícola y ganadera, y al éxodo de los jóvenes hacia la ciudad.