Ese “entrenamiento” no sólo impacta positivamente en los pies. También ayuda a combatir dolores de espalda o malas posturas en las caderas, porque son problemas que pueden estar vinculados a las diferencias y desbalances en los músculos del pie. Por eso tiene tanto sentido caminar de vez en cuando descalzo.
Porque el calzado, dependiendo de cómo esté diseñado, suele proteger los músculos del pie. Algunos modelos más, otros, menos. Y los que cuidan o respaldan mucho el arco, debilitan la estructura muscular.
Sin embargo, hay casos en los que es mejor evitar estar descalzo. Un ejemplo es cuando una persona depende del refuerzo del calzado o suele llevar plantillas especiales. Tampoco es recomendable caminar sin zapatos en casos de de mala alineación de nacimiento.
Para quienes pueden andar descalzos: las primeras veces es mejor hacerlo sobre una superficie suave, como una pradera, la tierra del bosque o la arena. Esas son texturas ideales. Para que los pies se acostumbren, al principio es mejor caminar trechos más bien cortos y alternarlos con distancias en las que uno se vuelve a calzar.
Quien haya tenido algún tipo de lesión, debe ser más cauto. Después de una rotura de ligamentos en el pie o la rodilla, por ejemplo, es fundamental realizar un entrenamiento muscular específico, que se conoce como entrenamiento proprioceptivo, que consiste en hacer ejercicios que refuercen la estabilidad y el equilibrio sobre una superficie inestable. Mejor hacer este tipo de ejercitación antes de volver a caminar descalzo.