El ser humano es eminentemente social, crecemos y nos desarrollamos en familia, escuela, trabajo, grupos de personas que conforman nuestro entorno más inmediato. La pandemia, sin embargo, nos obligó a estar en casa, aislados, con temor e incertidumbre de una realidad que azota al mundo. La covid nos mostró algunas experiencias que quiero compartir con los lectores.
Las medidas sanitarias nos reeducaron para evitar tocarnos y a cuidarnos. El estrés enorme que supone viajar en un colectivo, recibir gente en casa, visitar a la familia, todo lo que parecía normal se convirtió en miedo y desconfianza. ¿De dónde vienen, traerán consigo el virus? Algunos con más inteligencia comprendieron que las medidas sanitarias salvan vidas, pero para una inmensa cantidad de personas que no entienden el problema significó soledad, depresión, y hasta abandono. Sí, muchas parejas en el 2020 aprendieron a quererse más y otras se separaron porque las irreconciliables situaciones que les preocupan no encuentran paz ni diálogo. Optaron por separarse porque no podían ponerse de acuerdo ni en puntos tan básicos como quedarse en casa en vez de ir a fiestas. Pongo ese ejemplo, tan solo para graficar un sinnúmero de estrés y dolor que se viven en estos meses. Situaciones que afectan a los hijos, a los abuelos.
Mención relevante merecen los que perdieron su empleo y no pueden cumplir con su rol de proveedores, no pueden pagar cuentas.
En un complejo tsunami el ser humano social y compartidor se devino en desconfiado y temeroso. ¿Le saludo con la mano en el corazón o con el puño a puño que me propone el vecino? ¿Qué hago con esa amiga que no capta el riesgo de un festejo multitudinario para una persona que más de 80 años? En fin, pasaríamos horas contando anécdotas. Ha sido un año de grandes pruebas.
Acciones para ahuyentar el enojo y la depresión
Cada vez que quiero ponerme triste pienso en Grete, quien tuvo cáncer de mama, y lejos de quejarse, venció a la enfermedad, y hoy pinta óleos. Sus obras son flores y frutas que observa en el jardín de su casa, en algún libro, diario o página de internet. No hay en sus pinturas ni una pizca de resentimiento ni dolor.
Para Luis la pandemia significó muchas horas acompañando la logística para ollas populares, se cuidó, y protegió a los otros con el protocolo pero ayudó a muchas personas del bañado que necesitaban un plato de comida. Cuando llega la noche repite la frase: “el que no sirve para servir no sirve para vivir”.
Mari se quedó sin trabajo y como le encanta hacer postres decidió hacerlos en casa de modo individualizado para que sus productos tengan rápida salida, redoblando esfuerzos con protocolos estrictos. Hoy da clases por internet y vende sus deliciosos postres. No le ha faltado comida en casa.
Joel tiene hipotecada su vivienda, pero no le tiene miedo a la innovación, así que montó su taller y arregla computadoras, un objeto preciado en estos días con tantos Webinars y estudio a distancia. Dice que no tiene tiempo para pensar si tendrá donde vivir mañana.
Vilma se propuso despertar cada día agradeciendo a Dios, agradeciendo a los médicos, a la vida. Desde ese momento en que se comunica con su ser interior aprendió a ver las cosas buenas, las que le regala su presente y piensa en el futuro con esperanzas. Pide por los enfermos con devoción. Se regocija en alabanzas y frases positivas.
Son pequeños gestos de humanidad que no permiten que sintamos pena de nosotros mismos. Estamos vivos, con salud, y podemos continuar una hermosa existencia y ser útiles para otros. Porque como canta Serrat: “hoy puede ser un gran día y mañana también”.
Si estas palabras no son suficientes y cree que no puede salir de una implacable depresión busque ayuda psicológica, hay profesionales que atienden vía web y a través de agendamiento de modo presencial. No deje pasar el tiempo, solicite una guía profesional, su vida es importante, y hay muchos que lo aprecian.