30 años del Wimbledon de Conchita: adiós a las barreras

Santiago AparicioMadrid, 1 jul (EFE).- Relegada por el resplandor que generaba Arantxa Sánchez Vicario, semanas antes ganadora en París de Roland Garros, el segundo Grand Slam de los cuatro que consiguió en toda su carrera, Conchita Martínez reivindicó su lugar, su espacio, con el histórico triunfo en el All England Club, donde se convirtió en la primera española en levantar el trofeo de Wimbledon.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=1992

Fue un 2 de julio de 1994 en Londres. En una final memorable. El tenis español vivía grandes momentos. No había alcanzado la continuidad, la permanencia que le ha proporcionado después Rafael Nadal pero disfrutaba de éxitos puntuales pero con cierta estabilidad en el tiempo que le daban las actuaciones de Sergi Bruguera, Carlos Moyá, Alex Corretja, Alberto Berasategui, Albert Costa o Juan Carlos Ferrero en los torneos masculino y Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez en los eventos femeninos.

Contemporáneas, compinches de una misma camada, encarnaban la buena salud del tenis femenino a nivel mundial que hacía frente sin complejos a las secuelas del dominio que habían implantado Chris Evert y, sobre todo, Martina Navratilova, aún presente, y las que vinieron después. Jugadoras que marcaron una época, que impusieron su absolutismo como la alemana Steffi Graf y también la suiza Martina Hingis. Entre ellas, otras como la serbia Monica Seles o la frances Mary Pierce.

Entre ellas, en la puja, sin traumas, de tú a tú, Arantxa y Conchita, garantía de lucha por el triunfo y de éxito. Arantxa llegó a la cima, al número uno, con cuatro títulos del Grand Slam y otras ocho finales perdidas. Conchita alcanzó el número dos del ránking femenino. Un título del Grand Slam y dos que se le resistieron superada en la final. El Abierto de Australia de 1998 y Roland Garros 2000, batida por Mary Pierce.

Cuando la aragonesa de Monzón afrontó estas dos últimas citas, en Melbourne y París, ya había conquistado Londres, ya había triunfado en el All England Club. Ya había conseguido Wimbledon, algo que Arantxa, con más repercusión, no logró jamás. Disputó dos finales la catalana, en 1995 y 1996. Perdió las dos contra Steffi Graf.

El año 1994 fue el de la explosión del tenis, especialmente femenino. Arantxa ganó Roland Garros el 5 de junio a Mary Pierce. Meses antes, en Australia, fue subcampeona, superada por Graf a la que ganó meses después, a final de temporada, en Nueva York, en el Abierto de Estados Unidos. Conchita ya había roto barreras en Wimbledon. Todas las finales de los cuatro Grand Slam tuvieron protagonismo español. Además, las dos se proclamaron campeonas de la Copa Federación, la actual Copa Billie Jean King, la Copa Davis femenina. Fue el tercero de los cinco éxitos que logró el equipo español que ambas lideraban.

Además, Sergi Bruguera conquistaba Roland Garros, el segundo seguido en su carrera, tras vencer a la final a su compatriota Alberto Berasategui. Fue un año para recordar. El tenis español estaba de moda.

Treinta años atrás, ese 2 de julio fue especial, memorable para Conchita Martínez, reina en un lugar inaccesible para los españoles. Solo Manolo Santana en 1966 había conseguido incluir su nombre en el historial. Lili Álvarez, tres ediciones seguidas, en 1926, 1927 y 1928, rozó la gloria en la hierba de Londres. Pero en todas cayó la final.

Nadie hasta la llegada de Conchita consiguió triunfar en el torneo más antiguo y más prestigioso. En la Catedral. Tras vencer a una leyenda. A Martina Navratilova que tenía en su mano, a los 37 años, la posibilidad de alcanzar su décimo trofeo en el All England Club, algo sin precedentes. Zurda, mítica, legendaria. Temida, favorita. Dieciocho majors en una carrera que alargó hasta los 50 años. Nueve Wimbledon, tres Abiertos de Australia, dos Roland Garros, cuatro Abiertos de Australia.

En Wimbledon reina el silencio, el sosiego. La tradición, las fresas. La esencia del deporte de siempre. Todo es diferente. Es el lugar por el que suspira cualquier jugador.

A sus veintidós años Conchita Martínez se erigió en la primera española en levantar la Copa de ganadora en el All England Club. En aquellos días la aragonesa ya era una jugadora consolidada. Situada en la número 3 del mundo, con dieciocho títulos en su historial, una medalla olímpica. Pero ese día, esa final, no contaba como favorita ante una leyenda como Navratilova. Tenía que transitar por su recorrido con la comparación, con el cara a cara con Arantxa, más laureada, más premiada.

El talento de la jugadora de Monzón no encontraba la recompensa que su compañera. Distintas, opuestas. Conchita tenía el don, la clase, la virtud. Solo le faltó, en ocasiones, el remate y la dureza mental que siempre tuvo la catalana, algo menos virtuosa, más fuerte de cabeza. Más fe.

Wimbledon premió a la española como merecía. En un partido largo, a tres sets (6-4, 3-6 y 6-3), equilibrado, con los Príncipes de Gales, Carlos y Diana, como espectadores de excepción, como testigos de lujo. Y con su ídolo de la infancia, con su referente, como rival en la final. Conchita Martínez, que un año antes se quedó en puertas de la final, superada por la número uno del mundo, Steffi Graf, no falló en la siguiente, a pesar de su poca experiencia en hierba.

Era solo su tercera presencia en Wimbledon. Con solvencia y un alto nivel de tenis, la española desarboló a Martina y se apuntó el primer set aunque después bajó el nivel. Se agarrotó Conchita que no vio la manera de paliar el intento de reacción de su rival. Con el segundo parcial cuesta arriba la aragonesa pidió la asistencia médica, la ayuda del fisioterapeuta de pista para paliar unas molestias en la espalda que encendieron las alarmas.

La mejoría no evitó la pérdida del segundo parcial a pesar de la resurrección de Martínez, que perdía 4-0 y enderezó. Pero lo cedió y el duelo se resolvió en la manga definitiva. En el set decisivo, la española arrancó con 2-0; después con 4-2 y ya conservó su ventaja. El triunfo, el éxito de su vida, no se le escapó. Tenía en la mano el triunfo más legendario, el más deseado, el que no cambia por nada.

"Es una alegría inmensa. Solo respiras después del último punto. Mucha felicidad. Un éxito que no cambiaría por nada".

La vida siguió para Conchita Martínez. Con su nombre inscrito entre las grandes del tenis, pujó por dos Grand Slam más. No los ganó. No llegó al número de éxitos de Arantxa, a la consideración que muchos dieron a su compañera, a su rival. Treinta y tres títulos WTA, dos platas y un bronce olímpico, todo en dobles, cinco títulos de la Copa Billie Jean King. Nada que reprochar. Abrió el camino.

Treinta años después mira atrás Conchita. El All England Club. Dos trofeos para Rafael Nadal, uno ya para Carlos Alcaraz, también Garbiñe Muguruza, a la que entrenó después, la siguiente que pudo triunfar, después de ella, en la hierba de Londres, veintitrés años después que Conchita. La historia pedía a Conchita. Treinta años atrás, ahora. Y el tenis no lo ha olvidado.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...