¡Ay, ya estoy harta!, no puedo más con mi deteriorada salud. Además, casi nadie piensa en mí. Muchos creen, tal vez, que tengo el cráneo y los pies muy fríos, por eso me hacen un favor al derretir los polos, ¿qué les pasa? Ahóguense entonces, que el hielo derretido les va a llegar de sorpresa, ¡ja! Ay, ya otra vez esa jaqueca insoportable, mi cabeza se parte en trocitos de nuevo porque ayer otro glaciar se rompió.
Si solo, gracias a una cometa mensajera, a Marte o cualquier otro mundo le llegue mi triste chisme y supiera lo que estoy pasando... ah, igual no podrían hacer nada. Está bien, ser el único planeta que admira el florecer de la vida inteligente es genial, pero también tiene desventajas destructivas.
Antes nada era así. Luego de ese meteorito que cambió mi modo de ver el universo y me enseñó que cualquier día puede llegar a mi fin, fueron millones de años en calma, hasta que un humo negro comenzó a hacerse parte de la vida diaria de estos humanos, seres despiadados conmigo, en su mayoría. Comencé a sentirme rara desde esa época, aunque no sabía porqué. Mi tacto con el aire ya no era igual.
Luego, no fue solo el humo mi asesino pasivo y malvado. La basura que arrojaban sin piedad por todos lados se aglomeraba cada vez más. Muchas de mis joyitas del océano, esos animales marinos tan diversos que se paseaban por los arrecifes, han perdido sus hogares y algunos sus vidas. ¡No me hagan ni pensar en quiénes son los culpables! Esas personas que, al final, se destruyen unas a las otras.
Ay, las guerras que he visto, ¡no quiero recordar nada de eso! Mucho menos deseo sentir el dolor de lugares como Chérnobyl o Hiroshima donde tengo heridas que ya no se pueden curar pese a los años transcurridos.
¿Qué puedo hacer más que sangrar? Porque no les puedo dar una tarjeta de invitación para dejar de ser tiranos conmigo. ¿Qué más quieren de mí? Si en cada giro diario me preparo en un ángulo exacto para que vean los atardeceres de colores diferentes, si regalo destellos de auroras a los marinos más valientes y me pongo de acuerdo con Luna para que ella les dé consuelo y paz por las noches tenebrosas, ¿cómo se atreven a tratarme así?
Ahora, algunos piensan en abandonarme, quieren convertirme un vertedero gigante, dicen que Tierra ya está muy desgastada y desean encontrar otro planeta donde puedan disfrutar en paz, así que mi destino no solo es incierto, sino que probablemente será el abandono o, tal vez, recapacitarán y me ayudarán a reponer fuerzas. Mientras mi final se define a medida que los humanos eligen su camino, ¿qué es lo que puedo hacer?
Por Eliseo Báez (17 años)