Recolectando latitas, la vida transcurre huérfana de esperanzas

Este es un relato de ficción: Una jornada más empieza y, desde temprano, recolecto lo que solventa mi casi canasta básica. Vivir en la marginalidad, entre deshechos, juntando plásticos y latitas, es el trabajo que me destina a quedar a la deriva de todos.

Vivir en la marginalidad, entre deshechos, juntando plásticos y latitas, es el trabajo que me destina a quedar a la deriva de todos.
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Si el pobre fuese pobre porque quiere, yo dejaría de lado la miseria y estaría bañándome en dinero, pero desde hace 35 años vivo un constante martirio rodeado de sucios plásticos y latitas queriendo salir adelante o, por lo menos, aguantar un día sin pasar hambre. Mi nombre no importa, aunque me apodan “Chiche”, pues aquellos vecinos que me conocen por rondar su vereda día a día, me tildaron de tal manera ya que recolectar los chiches de las basuras es mi trabajo.

Me considero rápido en una cosa: salir antes del amanecer, pues a las 4:00 de la mañana, las calles se encuentran vacías y toda persona inconsciente tiende a arrojar por el suelo sus residuos de bebidas, más aún los viernes y sábados; en estos días, el trabajo sale a mi favor. Un carrito improvisado, a base de terciadas sujetas con cables, forma parte de mi marginada rutina y, aunque este elemento es mi eterno compañero, su capacidad no aguanta para juntar muchos “carruajes”.

De manera literal no puedo decir que vivo entre cuatro paredes, sino entre cuatro terciadas, pues mi situación económica y el plus de la crecida del río hicieron que el combo de la pobreza se aferrara a mí y a mi familia. Muchas personas consideran que nosotros, los damnificados, ocupamos lugares públicos, obstruyendo la libre recreación de los demás en las plazas.

Sin embargo, nadie es lo suficientemente valiente para ponerse o siquiera probarse nuestros zapatos, a fin de comprender lo que significa quedar a la deriva del Estado. Vivir ahogado en un profundo océano de angustia, compartir baños portátiles, aguantar el calor infernal, el frío que congelan mis manos y pies o que no alcance la comida del almuerzo forman parte de mis barreras diarias.

Siempre pienso en la existencia de un sistema en el que se encuentran dos polos completamente diferentes: nosotros, la clase de los pobres, y los ricos que parecieran mirarnos como un objeto inerte, pues no existimos en su burbuja rosada de privilegios. Alguna vez dijeron que como te ven te tratan, pues la apariencia adquiere un papel fundamental en esta sociedad; entonces, ser ignorado y, en muchos casos, mirado con disgusto son “cualidades” de muchas personas.

El sueño que no sale de mi cabeza gira en torno a el futuro de mis seres queridos, ya que el destino que me toca vivir cada día es el cimiento para que mi familia, en algún momento, logre salir del encierro de la pobreza. Por el momento, la recolección de latitas y plásticos seguirá siendo el camino para combatir la miseria.

Por Ezequiel Alegre (18 años)

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