En el próximo mes de febrero se cumplen 36 años del golpe de Estado que derrocó al dictador Alfredo Stroessner y dio inicio a una etapa de democratización en Paraguay. Este periodo democrático es el más largo que pudo experimentar el país en toda su existencia, incluso ya superó otro récord, el de la dictadura más larga del continente que consistió en 35 años y poco menos de seis meses, de todo tipo de abusos, entre ellos la total burla a la voluntad popular.
La dictadura tuvo varias etapas, una es bastante parecida a la que se vivió en el pueblo de Macondo que describió Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, la gente votaba, pero el partido de gobierno decidía quién ganó las elecciones para evitarse sorpresas. Sin perder vigencia, ese libro es el relato perfecto de lo que pudimos ver en Venezuela en las últimas elecciones y, por qué no, en gran parte de su historia política y de la nuestra.
Aunque el problema de Venezuela es más complejo, como dirán muchos -para justificar lo injustificable- gran parte de la responsabilidad también descansa en la oposición. Y el lector se preguntará ¿cómo es eso? Es que la oposición venezolana, totalmente dividida, todavía golpeada por la derrota en el primer periodo de Hugo Chávez, dejó el arco libre a la antidemocracia. Apenas asumido, Chávez buscó una constituyente para cambiarlo todo a su medida y el común de la ciudadanía demostró su apatía, esa débil participación (con una abstención del 62%) llevó al chavismo a lograr su objetivo: una constituyente.
Vino la primera elección de representantes constituyentes y la oposición se volvió a presentar fragmentada y débil. De vuelta la apatía le dio la victoria a la primera minoría, los chavistas obtuvieron el 95% de los escaños, una sobrerrepresentación ante los apenas siete opositores elegidos, entre los que estaban una exchavista que volvió a las carpas oficialistas (lo que puede sonar muy familiar en el parlamento paraguayo actual).
Así comenzó el gobierno que ya no se quiere ir. Cuando la oposición denunció las arbitrariedades que sufrían sus líderes y la población en general, ya era tarde, las reglas del juego democrático fueron cambiadas para delegarle todo el poder a Chávez y luego las heredó Maduro. Cuando los líderes opositores pactaron la unidad y lograron la victoria ante el oficialismo en esta última elección, se escondieron las actas y se volvió a proclamar a Maduro como presidente, como si García Márquez lo hubiera escrito nuevamente. Han pasado décadas y miles de venezolanos se vieron forzados a salir a otros países a causa de la pobreza y la falta de oportunidades. Más de una vez nos habremos topado con conductores de plataformas, grandes profesionales que sueñan con volver a ver libre a su país.
Mi lectura de este problema no es la de un experto, es tal vez naif, pero demuestra que la apatía y el silencio de los justos, de la ciudadanía democrática, también decide el futuro de todos nosotros y de las próximas generaciones. En el parlamento paraguayo actual tenemos una senadora opositora (la más votada) que fue expulsada por una mayoría oficialista que no tiene problemas de arrasar, aunque no se cumplan los presupuestos legales. Un terrible retroceso para la democracia que atraviesa uno de sus momentos más complicados. La democracia es participación y respeto de la voluntad popular, eso se defiende o se entrega la bandera.