La explosión del uso de la IA para actividades diversas, incluyendo el periodismo es motivo de debate, análisis y sobre todo de preocupación. Estas preocupaciones se despliegan en tres teorías: la que sostiene que la IA es una herramienta nociva y dañina que solo sirve para las fakes e inventos para favorecer o desfavorecer a un sector; la que toma como lo que es: una herramienta que ayuda a optimizar tareas que de otra manera llevarían más tiempo humano en su proceso. Y la tercera que cree que la IA viene para sustituir a los seres humanos.
Alvaro Liuzzi, especialista en el tema, nos recuerda en su obra Periodismo IA que “que toda nueva tecnología nos ha obligado a renunciar a alguna capacidad humana”. Como ejemplo cita la llegada de la imprenta, por cuya causa la habilidad de copiar manuscritos y la creación manual de libros disminuyeron, cediendo espacio a la impresión mecánica.
Esto a su vez dio espacio a la generación de otras tecnologías que crearían nuevas habilidades humanas frente al desafío de “fabricar” libros sin la necesidad de escribir “de puño y letra” con tinta y pluma. Históricamente, las mismas preocupaciones aparecieron con la irrupción de la radio, la televisión, internet y más recientemente, las redes sociales. Guste o no la IA se ha instalado en nuestra vida cotidiana y su uso supone buena dosis de responsabilidad, ética y transparencia.
En un intento de frenar los efectos negativos de su uso irresponsable, la Unión Europea y Perú, han sido unos de los primeros adelantados en legislar sobre el tema. Sin embargo, los enfoques han sido diferentes respecto al alcance, a los riesgos y al proceso de promulgación. Se diría que Europa lo abordó de manera más profunda y Perú se quedó en el impacto social.
Como sea, son ejemplos que se pueden aplicar a nuestro país, que en materia tecnológica se encuentra desfasado y precisa de un marco que cuanto menos refleje preocupación del Estado por el uso responsable y la optimización de una herramienta tan potente como lo es la IA.