Cuando las cosas, instituciones, estudios, negocios y trabajos se van clausurando, y de cierta manera dejan de existir, tenemos que considerar lo qué es que permanece, a lo mejor, quién es que tiene validez permanente.
Dentro de la realidad humana tan cambiante e inestable, tan sujeta a caprichos de poderosos, y a los “misterios” del mercado, únicamente Jesucristo es la roca inquebrantable.
Él es el verdadero Rey, porque Dios Padre ha puesto en sus manos todos los poderes de este mundo, de manera que nosotros somos sencillamente administradores: quien tiene plata debe administrarla rectamente, pues rendirá cuentas de su administración al verdadero dueño de todo; quien distribuye la justicia debe hacerlo de modo imparcial, pues un día será juzgado de modo imparcial por el único Juez, y quien gobierna a sus semejantes debe hacerlo de modo altruista, pues se le pedirá cuentas de sus actos.
Ya que todos compareceremos ante este Rey y Señor, es fundamental que nos preparemos y llevemos a serio sus palabras: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.”
No es fácil decir la verdad, porque supuestamente, miles de veces la mentira nos libra de problemas, o por lo mínimo, los aplaza, o disminuye.
Cuantas mentiras los padres dicen a sus hijos para tentar fundamentar sus macanas y falta de responsabilidad. Posteriormente, también los hijos les dirán un montón de mentiras para salir de casa y divertirse a su manera, y hasta inventarán raras historias de duendes para justificarse.
En las relaciones matrimoniales, hoy día, con el uso y abuso del teléfono celular, se volvió pintoresco los mensajes “calientes” enviados por equivocación (...oje’e lo mitã): “alguna despistada me mandó este texto, pero no tengo la menor idea de quién se trata...”
Y las falsedades envenenan casi todos los ámbitos de la vida humana, aunque todos sepamos que “la mentira tiene pata corta”, y sobre el fingimiento no se puede construir nada de justo y noble.
Por eso, el Señor nos exhorta a dar testimonio de la verdad en ámbito público y privado, y a no falsificar las versiones que damos de las cosas.
No olvidemos, sin embargo, que delante de una mentira está el deber de la reparación, que es contactar con el interesado y contarle la verdad como corresponde.
Paz y bien.