Nos estamos destruyendo

La muerte de tres niñas a manos de su propio padre generó una profunda consternación en todo el país. Este suceso es como una historia repetida, ya que en mayo pasado, otra tragedia similar sacudió a la sociedad cuando dos pequeños fueron muertos en manos de su madre en circunstancias igualmente desgarradoras.

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Cada vez que ocurren tragedias de este tipo, la reacción de la ciudadanía es de tristeza e indignación. Sin embargo, estos sentimientos suelen ser pasajeros, y pronto volvemos a una aparente normalidad, dejando de lado la reflexión sobre las causas y las señales de alarma que podrían evitar tragedias futuras. Nos encontramos ante una sociedad que, cada día, muestra signos de descomposición, pero que sigue fallando en abordar los problemas desde la raíz.

La salud mental es un tema cada vez más discutido en el ámbito público, pero el interés parece ser superficial. Si bien existen campañas y debates al respecto, el acceso a servicios de apoyo psicológico sigue siendo escaso y limitado. Consultar a un profesional de la salud mental, ya sea un psicólogo o psiquiatra, representa un verdadero desafío para muchas personas, tanto por la falta de recursos como por los costos elevados. Y en los servicios públicos no hace falta ni decir todo lo que uno debe padecer para acceder a una simple consulta.

Lo más desalentador de esta situación es la aparente falta de esperanza en un cambio. Los niños, cada vez más, son víctimas de esta realidad social que los expone a un entorno de vulnerabilidad y abandono. No solo se les priva de las cosas materiales como una vivienda y educación digna, sino que también carecen de un ambiente emocionalmente seguro y saludable que permita su desarrollo integral. El daño a las nuevas generaciones es evidente y debería motivarnos a tomar medidas urgentes.

Es necesario cuestionarnos como sociedad: ¿qué tipo de generación estamos formando cuando permitimos que los niños crezcan en entornos plagados de violencia y negligencia? La falta de acción frente a estos problemas sociales tiene resultados cada vez más preocupantes. El bienestar de los niños debe ser de alta prioridad, pero lastimosamente solo hay indiferencia e inacción.

Estos incidentes deben hacernos reflexionar sobre el rumbo que estamos tomando. No basta con expresar indignación; es necesario implementar políticas efectivas que promuevan la salud mental, el apoyo a familias en crisis y la protección de los niños. Sólo reconociendo y actuando sobre estos graves problemas sociales podremos aspirar a construir una espacio más seguro y sano para las futuras generaciones.

tereza.fretes@abc.com.py

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