“Ñande Amigo Ningó”

Sencillamente soberbia, la presentación del brasileño Roberto Carlos el pasado viernes. En un concierto cargado de emociones, se reencontró con sus fans paraguayos que cantaron junto a él sus viejos temas y se sorprendieron con alguna canción nueva.

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De voz suave y siempre dueño de “la nota justa”, el llamado “Rey de la balada romántica” gusta de contar la historia que se esconde detrás de cada uno de sus temas. Así, dice por ejemplo que realmente no comprende el éxito de El gato que está triste y azul, y que siempre le interesó analizar qué hace que una canción llegue a ser importante para la gente.

Dice no tener una canción preferida, pero sí manifiesta que algunas en particular “le dieron muchas satisfacciones”, justamente por la conexión generada con el público cuando miles de voces corean al unísono sus versos. Entre éstas, se encuentra Un Millón de Amigos de autoría del cantante y compositor, formando parte de su repertorio desde hace más de 40 años.

¿Por qué gusta tanto este tema? Posiblemente por su rima fácil, la melodía alegre en concordancia con la letra y desde luego, el contenido de esta última que refiere al deseo de “tener un millón de amigos para buscar la paz, el amor y el compartir entre todos”. Son sentimientos comunes a todas las personas, y de este modo en sintonía con una aspiración genuina compartida.

Es más que importante jerarquizar este sentimiento tan noble respetando lo que representa realmente. Paraguay es un país de amigos y parientes, gracias a costumbres y usos sociales que tienen su origen desde la colonización misma.

En aquella época, comenzaron las uniones matrimoniales que permitían forjar verdaderas alianzas entre las familias así entrelazadas, que tenían por objetivo solidificar su posición en todos los estratos de la sociedad. Y de la mano con estas uniones se fueron dando también las amistades que nacían a partir de las mismas, al igual que otros intereses en común.

No es demasiado difícil de entender, con una población total que no llega a los seis millones y medio de habitantes, y sin la influencia que tuvo la inmigración masiva que se dio en otros países, en Paraguay hurgando un poco todos terminamos siendo parientes o amigos, y eso forma parte de nuestra idiosincrasia y está muy bien.

Un par de semanas atrás, participando de un acto al que asistió el presidente de la república, a un alemán sentado a mi lado le sorprendió que, antes de llegar al lugar que tenía asignado, nuestro mandatario se tomó su tiempo para saludar a gran parte de la concurrencia. Eso implicó apretones de mano, abrazos, guiños afectuosos y hasta el intercambio de expresiones de afecto y respeto con las personas más allegadas.

¿Escuché mal o en serio el señor ubicado delante nuestro le llamó Santi?”, me preguntó el teutón, a lo que le respondí que es una persona que le conoce bien y que de manera alguna puede tomarse a mal según nuestras costumbres. De hecho, esto permite o facilita bastante las relaciones, la gestión de negocios y otros, como igualmente sirve para zanjar las disputas que eventualmente pueden surgir, a partir de la empatía que genera conocer personalmente a las personas.

Mi interlocutor meditó brevemente ante la respuesta antes de volver a insistir con el tema “¿Y esta familiaridad no puede llevar a que se pierda la distancia que sugiere la prudencia en el manejo de la cosa pública?”. De tan lógico, el cuestionamiento de este señor como que amerita un análisis un poco más profundo.

No es inusual escuchar que una licitación estatal fue adjudicada al mejor oferente… que resultó casualmente ser el primo de fulano de tal. O que un parlamentario engrosó las listas de funcionarios del Congreso con un sobrino dilecto, hijo de su hermana más querida. Debería haber en estos casos un proceso licitatorio serio como un concurso de talentos previo, diseñados para que no haya lugar al nepotismo, una de las caras feas del amiguismo autóctono.

Hemos escuchado también dictaminar, poniendo fin de golpe y porrazo al pedido de la investigación de algún funcionario por mal desempeño o acaso un delito peor, manifestando “Ñande amigo ningó”. En este caso, la condición de amistad otorgada por la afinidad al partido político, movimiento o similar libera al susodicho de culpa y pena, o por lo menos no lo hace pasible de una investigación seria para confirmar las sospechas debidamente fundadas.

No hablamos aquí de conseguir más rápido un turno en IPS gracias a la prima que trabaja allí y nos aceleró los papeleos, o de un trámite ante la Municipalidad que se hizo menos tedioso gracias a un camarada de CIMEFOR que es director de un departamento e hizo volar la solicitud. Que tampoco debería ocurrir, pero de alguna manera se justifica en razón de que no se viola la norma sino sencillamente allana el camino.

No perdamos de vista el verdadero significado de la amistad, y el enorme contenido de respeto que implica ser realmente amigo de alguien, que es muy distinto al “cuate” o el folclórico “socio”. Y citamos aquí una estrofa de José Hernández, cuando el inmortal Martín Fierro recita “al que es amigo jamás/lo dejen en la estacada/pero no le pidan nada ni lo aguarden todo de él/siempre el amigo más fiel es una conducta honrada”.

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