Prepotencia y soberbia institucionalizada

Conforme con la definición académica, prepotente es quien abusa de su poder, de su autoridad o hace gala de estos. Viene del latín praepotens, praepotentis –muy poderoso, excesivamente poderoso, que puede más–. El que se siente poderoso o influyente e impone su poder o autoridad. En otras palabras, se siente superior a los demás. Lo que vale para el prepotente, es dejar en claro quién es el que manda.

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La soberbia por su lado es el “sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos” (Real Academia). El único propósito del soberbio es imponerse sobre los demás.

El abuso, la soberbia y la prepotencia del poder en el Paraguay es una cuestión vigente en su historia y ha sido, como lo ha descripto Natalicio González en “El Paraguay eterno”, una característica central de la paraguayidad.

La prepotencia y la soberbia se han empotrado de tal manera en la clase política paraguaya, en la colorada en general y en el cartismo en particular, que viene a pasos acelerados envenenando la vida cotidiana, siendo causa de múltiples desagrados y amenaza convertir la convivencia en tan solo una expresión anacrónica y caída en desuso.

La soberbia política provoca que un actor político juzgue que está por arriba de la ley y de las instituciones; y se crea constantemente el cuento de que su palabra es la verdad última en todas las cosas. “La soberbia es una discapacidad que puede afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”, sentenció José de San Martín.

Si nos dedicamos a caminar el panorama político, los actos realizados por la clase política empotrada en el Congreso, quizás el peor de la historia política paraguaya por su mediocridad, soberbia y prepotencia, prueban lo dicho. En este panorama surge la figura del Pdte. del Congreso a quien otros “connotados legisladores” le siguen, valga como ejemplo los legisladores Leite y Amarilla, miembros de la bien tildada “comisión garrote”. El sentido de la empatía, de la humildad, modestia y sencillez brillan en estos por su ausencia des- lumbrando, eso si, la prepotencia, la soberbia y la arrogancia que creen el cargo le habilita a ello.

Ciertamente, en lugar de asumir los errores incurridos o admitir modestamente los cuestionamientos que les son hechos, buscar solución y reducir la tensión, no escuchan a quienes piensan en forma distinta y, abusando de su poder, ofenden, insultan, descalifican y amenazan con investigaciones fiscales o judiciales. Son incapaces de dialogar con todas y todos los actores políticos y de ninguna forma aceptan el disenso en las ideas, la crítica y autocrítica en la forma de proceder es simplemente imposible e inadmisible. Se creen con insolencia, fanfarronería, vanidad, arrogancias intachables, incorruptos y en todo veraces. Se autoproclaman defensores del pueblo, pero su proceder es como si fueran reyes absolutos desconociendo aquello de que no hay peor gobernante y funcionario que aquel que se cree infalible en sus actos. La clase política, la colorada y satélites, porque llevan en su sangre la prepotencia y la soberbia, debe aprender lo dicho hace miles de años por Tulio Cicerón”. Cuanto más alto estemos situados, más humildes debemos ser” pero, en particular, no olvidar que todo poder es efímero, transitorio y temporal ya que tiene un comienzo y un final como que cuando el nivel de soberbia supera los límites soportables por la sociedad, hace que el político se convierta en un problema a eliminar y esto por cuanto que las actitudes que demuestran ese vicio, hacen que el político caiga en desgracia social ya que el político prepotente no solo causa daño a quienes están a su alrededor sino, lo peor, a todo un país.

aamonta@gmail.com

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