Pero, el ciego, llamado Bartimeo, escuchó que Jesús estaba pasando y no tiene reparos de gritar: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”. Dos veces le grita lo mismo, mostrando que sabía quién era Jesús, y aunque reprendido por los demás, no se deja amedrentar.
Jesús se detuvo y le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Su respuesta delante de una persona común y corriente sería pedir una limosna, pues él estaba allí para esto. Pero justamente por saber que se trataba de alguien muy especial, hace un pedido osado: “Maestro, que yo pueda ver”.
Cristo lo sanó con una enérgica expresión: “Vete, tu fe te ha salvado”.
En nuestra realidad, infelizmente, constatamos que varios hermanos nuestros son marginados. Las razones son múltiples, pero uno es excluido cuando no tiene profesión, cuando no derrocha en un consumismo irresponsable, porque abrocha los cinturones con lo poco que gana.
Sin embargo, el ciego es un ejemplo de verdadero discípulo, aunque desatendido socialmente y con importante limitación física, al encontrarse con Cristo, todo cambia. Él le confiesa como “Hijo de David”, es decir, el Mesías, y pide que tenga piedad de él, que lo ayude, porque sabe que Cristo tiene poder para hacerlo.
Jesús no es indiferente al clamor de los oprimidos de la sociedad, frecuentemente injusta, lo llama y lo sana. La respuesta de Bartimeo es perfecta: “Enseguida comenzó a ver y lo siguió por el camino”.
Muchas enseñanzas debemos quitar para nuestra realidad concreta, empezando por tomar conciencia de nuestras cegueras, al no querer ver las propias vanidades, la vida fraudulenta, la infidelidad matrimonial y la irresponsabilidad en la educación de los hijos. De modo preocupante, una indiferencia egoísta hacia los empobrecidos, que viven echados por el mundo.
Todos sabemos: “El peor ciego es aquel que no quiere ver”.
Bartimeo “arrojó el manto” para manifestar que dejaba su estilo de vida infeliz y pordiosero, fue hacia Jesús y es el ejemplo de un cristiano: antes era ciego en tantas cosas, estaba al borde del camino seguro, sin embargo, tiene un encuentro con la omnipotencia del Señor, se sana, abandona su modo anterior de vida y lo sigue, viviendo y proclamando sus enseñanzas.
Paz y bien