Jesús trata del tema, pues los fariseos se acercaron a Él con una pregunta insidiosa para ponerlo a prueba. Hasta pareciera que hablar de matrimonio es hablar de “pruebas”, no solo en cuanto a separación, pero principalmente, a nivel de unión, pues son muchos los esfuerzos que deben ser hechos para ser “una sola carne”.
Los fariseos manejaban sutilezas legales para justificar su posición, sin embargo, el Maestro los desenmascara de modo tajante, dejando claro que, una vez, hubo concesiones por causa de la dureza de su corazón. “Dureza de corazón”, en términos bíblicos, equivale a desobediencia a Dios y rechazo de su proyecto.
Cristo indica la parte más importante del tema: el plan de Dios, es decir, desde el principio Dios los hizo varón y mujer, ambos dejarán padre y madre, se unirán, y los dos serán una sola carne.
Algo muy sabio a tener en cuenta es que el proyecto del Creador debe ser respetado, pues es anterior, y superior, a toda y cualquier legislación humana. Asimismo, el casamiento se establece a través de la libre y espontánea voluntad de los novios. La primera causa de ruptura de los matrimonios es la falta de diálogo, lo cual ha de ser sincero y cosa de todos los días. Además, un cuidado necesario es con la comunicación no verbal: los gestos y expresiones que uno realiza dicen mucho, tanto de cariño, como de indiferencia. La infidelidad es una plaga que destruye miles de uniones. Especialmente, los varones son inclinados a esto, sin embargo, infelizmente, crece el número de mujeres que rompen su matrimonio por la misma razón.
Por otro lado, hoy por hoy, llama la atención cómo algunas mujeres tientan, y se ofrecen, a hombres casados, y con plena conciencia de que son comprometidos.
Para evitar el dolor y el drama del divorcio es inevitable hacer algunas renuncias personales, pues se dice con cierta broma: “Casarse es fácil, difícil es dejar de ser soltero”.
Seguramente, el punto capital para mantener una unión feliz es la sinceridad y la espiritualidad. El cultivo conyugal de la oración, de una tierna amistad con Jesucristo, de la frecuencia a los sacramentos, lleva a perdonar las ofensas y sobrellevar las fallas.
Para nunca pensar en divorcio es preciso alimentar el amor con pequeños detalles todos los días, sea de palabras amables o regalos sencillos.
Paz y bien