¿En qué momento?

Lejos de moderarse, la injerencia de los políticos en todos los órdenes sigue creciendo de manera desmedida. Al margen de cualquier delicadeza, esto ocurre de manera evidente y para nada silenciosa. Los entes públicos parecerían estar reducidos a herramientas al servicio de intereses partidarios. En contraposición a una administración al servicio de la ciudadanía, podemos encontrar en ellos pequeños feudos del poder central. ¿En qué momento permitimos que politizaran las instituciones públicas, colocando a sus aliados en cargos claves, no por méritos, sino por supuesta lealtad? El ciudadano común debe sufrir esta burocracia que responde más a colores políticos que a la eficiencia. Un verdadero cáncer que deteriora el sistema hasta el tuétano.

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¿Cuándo les dimos tanto poder? La educación, fundamental para el desarrollo del país, no se ha librado de la manipulación política. El control sobre el sistema educativo ha sido un objetivo claro de los partidos, con el fin de perpetuar su hegemonía. En vez de fomentar una educación que forme ciudadanos críticos y libres, parecería existir un sistema perverso orientado a mantener el deplorable status quo. Somos el país con menor inversión en educación de la región, que no prepara a los jóvenes para un futuro mejor: Y se nota.

El control de todos los ministerios también ha sido objeto de una colonización política sin precedentes. Cada uno de ellos se ha convertido en un reflejo del partido gobernante, donde los cargos más altos son ocupados por figuras políticas, no por técnicos capacitados. Este fenómeno ha convertido a las instituciones que deberían funcionar como pilares del desarrollo en instrumentos de propaganda y favores. La salud, la seguridad, la infraestructura y otros servicios esenciales se ven constantemente afectados por la falta de capacidad y la priorización de intereses partidarios sobre las necesidades reales de la población.

¿Cuándo les dimos tanto poder? Las binacionales, entidades que representan el corazón de la soberanía energética del país, también han sido tomadas por la política. Con el tiempo, han dejado de ser organismos técnicos para convertirse en piezas clave en la distribución de influencias. Estas instituciones, debiendo estar centradas en la gestión eficiente de los recursos, son usadas para financiar campañas, repartir beneficios entre los cercanos al poder y mantener la estructura vigente. Paraguay pierde la oportunidad de generar más ingresos, mejorar su infraestructura o negociar con ventaja condiciones para la población, porque perdieron el foco y la vergüenza, con el guiño cómplice de la justicia.

La política exterior tampoco quedó exenta de su influencia. Se dejan de lado a profesionales de carrera, con amplia trayectoria en el campo diplomático, para nombrar a afines en embajadas claves. ¡Nos convertimos en el hazmerreír internacional! Las posiciones estratégicas en beneficio del país para ubicarlo en el escenario global, son tomadas con base en intereses personales o sectarios. De esta forma, las asimetrías geopolíticas se agudizan, quedando en evidencia la desconexión que existe entre lo que necesitamos y lo que persiguen los políticos.

¿Cuándo les dimos tanto poder? La falta de una verdadera oposición ha permitido que el partido de gobierno actúe sin contrapesos. El juego democrático se deteriora por la compra de voluntades y la cooptación de figuras que, en teoría, deberían representar una alternativa. Las instituciones que velan por la justicia y la transparencia han sido manipuladas para silenciar cualquier disidencia o crítica. Así, debilitada la posibilidad de un debate político sano y constructivo, el gobierno de turno opera con total impunidad. En Paraguay no existe una oposición sólida que defienda los intereses de la gente; el diálogo político se ha convertido en monólogo, que para peor es simplista e ignorante.

La revolución devora a sus mejores hijos”, el mismo poder entronado también ha sido víctima de este deterioro. La agrupación política de principios agraristas brillantes se envileció con esta orgía de poder y reparto de favores, que descarta a sus hijos más brillantes. La política interna exitista y prepotente enchanchó a sus adeptos y los referentes actuales fungen como tales, estando muy lejos del liderazgo carismático y social de los grandes hombres que tuvo la ANR. Con los valores e ideales del Centauro de Ybycuí pisoteados y prostituidos, como que se puede uno imaginar a Bernardino Caballero zapateando en la tumba.

La política paraguaya ha sido devastada por esa concentración de poder. Principios democráticos fundamentales, como el pluralismo y la transparencia, fueron desplazados por debates -si se les puede llamar así- vacíos de contenido y de muy bajo nivel intelectual. Los ciudadanos, en gran parte responsables, somos observadores impotentes. La pregunta es recurrente: ¿cuándo les dimos tanto poder? En parte, cuando dejamos pasar la oportunidad del golpe a la Dictadura, cuando nos conformamos con promesas vacías o cuando dejamos que la política se convirtiera en un juego de unos pocos, en vez de una herramienta para el bienestar de todos los paraguayos.

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