Una personalidad arrolladora, que se puede percibir claramente al escucharlo y mejor aun conversando con él dentro de un grupo más reducido. No nos engañemos por las apariencias externas: a este señor de hablar pausado y modales de caballero de inicios del siglo pasado no le tembló la mano al ordenar acciones que fueron decisivas en la historia reciente de Colombia. Presidente de ese país entre el 2002 y el 2010, su mandato estuvo marcado por la llamada política de “seguridad democrática”. Principal objetivo de la misma: enfrentar y debilitar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un proceso que conllevó decisiones importantes, muchas de ellas políticamente incorrectas y polémicas, que definieron la impronta de su mandato y legado en la historia del país.
Su biografía lo describe de carácter firme y templado desde antes de asumir la presidencia. En su juventud, las FARC asesinaron a su padre en un intento de secuestro, lo que claramente marcó un antes y después en su vida. Años más tarde, él mismo sobreviviría a varios atentados, entre ellos el ataque a un convoy en 2002, a poco de asumir la presidencia, y otro un año después, cuando un coche bomba explotó cerca de su residencia en Medellín. Estos eventos le evidenciaron la violencia a la que se enfrentaría, y pondrían a prueba la determinación de Uribe para enfrentar a estas facciones. Claramente, su experiencia personal moldeó profundamente sus convicciones y la forma en que actuaría más adelante.
Jamás la tuvo fácil. Al asumir, Uribe heredó un país sumido en el caos. Las FARC, que llevaban más de 30 años operando en Colombia, controlaban gran parte del territorio siendo financiadas por el narcotráfico y los secuestros. Entendió que, para recuperar el control del país y garantizar la seguridad de los ciudadanos, era necesario tomar decisiones drásticas. La política de “seguridad democrática” que impulsó se centró en la confrontación directa contra los grupos guerrilleros, en particular las FARC. El fuego se combate con fuego.
Controversial: Uno de los aspectos más debatidos de su mandato fue la orden de bombardear campamentos de las FARC ubicados tanto en territorio colombiano como, eventualmente, fuera de él. Dentro de estas operaciones abatieron en 2008 a Raúl Reyes cruzando la frontera ecuatoriana. Esta operación lógicamente generó tensiones diplomáticas con Ecuador y Venezuela, pero Uribe justifica su proceder “las FARC no deben tener refugio en ningún lugar”. De esta forma, a la par de debilitar la guerrilla, también arreciaban contra él la crítica de sectores internos e internacionales por considerar que se violaba la soberanía de otros países.
¡Claro que no iba a ser del agrado de los socialistas! En colaboración con los Estados Unidos, fortaleció las fuerzas militares para la lucha contra el narcotráfico. El llamado “Plan Colombia”, a través de una ofensiva militar importante, redujo la presencia de las FARC y se recuperó el control sobre zonas que estaban bajo su dominio.
No puede negarse que hubo daños colaterales graves. Civiles muertos durante las refriegas y presentados oficialmente como guerrilleros, llamados “falsos positivos”. Las denuncias refieren a los mismos como víctimas de la impericia o directamente negligencia de los militares, que sirvieron para inflar las estadísticas de los éxitos de sus incursiones. Son lados oscuros no aclarados, y si bien Uribe siempre negó haber dado las órdenes, sigue soportando demandas hasta el día de hoy por estos hechos.
Amigo personal, aunque enemigo ideológico de Hugo Chávez, guardaban una relación sorprendente que cultivaban con discusiones abiertas. No fue suficiente este lazo para evitar un distanciamiento luego de las acciones militares colombianas en suelo ecuatoriano, principalmente por el apoyo de Chávez a las FARC. Lo que se dice, las pasiones políticas pudieron más que las relaciones de amistad.
A Uribe le brillan los ojos cuando habla de sus caballos, una afición que cultivó durante toda la vida. Dice sobre ellos, que son los animales más nobles y que montando pudo siempre relajarse de la tensión y el caos de la vida pública. Estas facetas de él, su calma y hablar acompasado, nos dicen mucho de su amor por el campo y sus convicciones profundas y firmes.
Estamos ante un hombre que, aunque dejó la presidencia en 2010, sigue siendo influyente en la política colombiana. Acusado por un lado por sus detractores de haber polarizado al país y cometido abusos de guerra, y defendido por quienes lo consideran un héroe, que rescató a Colombia de la guerrilla fratricida. Héroe o villano, asumió decisiones que pocos líderes se atreven a tomar.
Con una sonrisa melancólica sentencia “es una lástima que tanta sangre se haya derramado en vano, nuevamente la barbarie va ganando terreno en mi país”. Nos cuenta que al día siguiente de esta agradable cena en Asunción debe viajar nuevamente para declarar en una audiencia judicial de una de las causas que aún tiene abiertas. Este gran hombre sigue pagando por decisiones que tomó hace más de 15 años en favor de Colombia. Decisiones valientes, pero políticamente incorrectas.