Los autoritarios tienen que entender que el disenso enriquece, que los debates animan a las asociaciones políticas, que la pluralidad de ideas es la fortaleza de la democracia. Un partido único, un líder único, una propuesta única, son el cementerio de cualquier proyecto nacional que busca mejorar el presente y proyectarse hacia el futuro.
El cartismo –que en mala hora se instaló en el país- acapara todos los cargos públicos en la creencia desatinada de que es una expresión de poder. “Somos mayoría”, dice, y toma por asalto las instituciones del Estado deformando sus funciones hasta lo irreconocible. En este afán hegemónico no percibe –no podría hacerlo por la ceguera- que cava su propia perdición. Los imperios se arrastran por el suelo cuando no pueden sostener su propia grandeza. Máxime cuando esa grandeza está asentada sobre los hombros de los mediocres.
Como el cartismo es mayoría aplastante en las entidades estatales, no tendrá después a quién culpar de los males que causa. Entre esos males se cuentan los efectos de la corrupción y la negativa torpe de rechazar los debates.
Con frecuencia leemos la queja de algún parlamentario porque se le cortó su exposición o no se le dio la palabra. Esta situación se repite en la Junta de Gobierno de la ANR con algunos directivos que procuran expresar su divergencia con el titular del Partido. Con esta idea de acabar con las voces molestas se llegó al colmo de expulsar del coloradismo a un crítico de Cartes. Tenemos, también, el caso de la exsenadora Kattya González, con repercusión internacional negativa para la imagen de nuestro país. Estos represores de la palabra son muy sensibles con las críticas, pero permisibles en exceso con lo que realmente importa: la conducta delictiva de los políticos a quienes se premia con generosidad inaudita.
El cartismo caerá aplastado por su propio éxito. Un éxito asentado sobre la arena. ¿Cuál es la “doctrina” que alienta y sostiene a este movimiento convertido en partido político? Ninguna. Es el acomodo, el refugio, la impunidad, el dinero, a los que acuden los oportunistas. Es por esta razón que el cartismo se llenó de tránsfugas. Frente a esta realidad objetiva sobresalen los políticos que dan ejemplo de coherencia, honestidad, coraje, respeto a sus electores. Son los que, en el desierto, alzan su voz en defensa de la moral y los principios democráticos.
Para mortificar a sus críticos, el cartismo tiene otra vía para hacerlo: crear la comisión conocida como “garrote”. Sin cuidarse ni siquiera de guardar la forma, el titular de dicha comisión es el senador Dionisio Amarila que en la legislación anterior fue expulsado por inconducta. Regresó, y de nuevo expulsado del Partido a cuyo nombre se había presentado en las generales y al que no merecía pertenecer por haberse tirado a los brazos del cartismo. Hoy aparece en las publicaciones periodísticas como deudor de la Ande por una cifra millonaria. El otro miembro de la citada comisión, también tránsfuga, es Jatar Fernández, de muy modesta capacidad intelectual, ahora denunciado por deudas a un funcionario del Congreso al que, además, le tenía a su servicio personal con el dinero público. También se lo denuncia como invasor de un terreno en Ayolas. Esta comisión, en tales manos y con tales fines, no sirve sino para desnudar la pobre imagen de nuestro Poder Legislativo.
El cartismo no debería temer a la crítica. Tampoco le conviene, ni al coloradismo ni al país, su ardorosa defensa a los indefendibles.