Comenta Wikipedia que el concepto de desinformación no estaba en los diccionarios antes de 1985, pero que luego, el término originario de la Unión Soviética se normalizó como “cualquier comunicación gubernamental, abierta o encubierta, que contenga intencionalmente materiales falsos o que conduzcan a error, muchas veces combinados selectivamente con información verdadera cuyo objetivo es manipular o conducir a error a élites o a audiencias masivas”.
Lo señalo porque el “combate a la desinformación” se convirtió en la nueva excusa de los totalitarios para restablecer la censura, atacando en todas partes la libertad de expresión.
Este esfuerzo de los totalitarios es viejo como el poder. La palabreja “desinformación” pretende instalar la idea de que se trata de una nueva amenaza, distinta a las que antes se calificaban como mentiras o propaganda porque buscan con eso hacer aceptar la idea de que lo que hacen es algo distinto a la censura de los inquisidores y de los déspotas rechazada en todas las constituciones democráticas del mundo. Invento nuevo, para tiranía jurásica.
Thomas Jefferson ya demolió la falacia de los totalitarios en el Estatuto de Virginia para la Libertad Religiosa, base de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos y del Artículo 26 de la nuestra.
La parafraseo en sus partes centrales: “Considerando que… se ha creado la mente libre; Que… los intentos de influir en ella mediante castigos o… incapacidades civiles, sólo tienden a engendrar hábitos de hipocresía y mezquindad… Que la presunción de los legisladores y gobernantes… quienes, siendo ellos mismos hombres falibles y no inspirados, han asumido… sus propias opiniones y modos de pensar como los únicos verdaderos e infalibles, y como tales tratando de imponerlos a los demás… Que, por lo tanto, proscribir a cualquier ciudadano como indigno de la confianza pública… a menos que profese o renuncie a esta o aquella opinión… es privarle perjudicialmente de… ventajas a los que, en común con sus conciudadanos, tiene un derecho natural… Que permitir que el magistrado civil se inmiscuya en el campo de la opinión y restrinja la profesión o la propagación de los principios suponiendo su mala tendencia es una falacia peligrosa que destruye de inmediato toda la libertad… porque siendo él, por supuesto, juez de esa tendencia, hará de sus opiniones la regla de juicio y aprobará o condenará los sentimientos de los demás sólo en la medida en que coincidan o difieran de los suyos… Y finalmente, que la Verdad es grande y prevalecerá si se la deja sola, que es la antagonista adecuada y suficiente del error, y que no tiene nada que temer del conflicto, a menos que por interposición humana se la desarme de sus armas naturales, el libre argumento y el debate, dejando de ser peligrosos los errores cuando se le permite contradecirlos libremente”.