El alimento que no perece

El domingo pasado vimos cómo Jesús había multiplicado los panes, y cómo la muchedumbre lo buscaba para hacerlo rey, pues querían alguien que resolviera sus problemas de modo fácil, prácticamente mágico, es decir: beneficio, sí; compromiso, no. Jesús huyó de esta sospechosa aclamación; sin embargo, la gente volvió a procurarlo. Entonces les habló: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre”.

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Debemos trabajar por el alimento que perece, y por el alimento que no perece, pues el ser humano no es solamente un estómago a llenar, es también un corazón que necesita de afecto. El “alimento que perece” es más fácil de entender, ya que se refiere a la comida como tal, a la vivienda, al estudio, al transporte, al tratamiento de salud y otros elementos que nos permiten tener una calidad de vida razonable.

Debemos cambiar muchas cosas en nuestra sociedad para que todos puedan tener acceso a este “alimento que perece”, pues todavía vivimos en una desorganización social que genera una concentración de renta en manos de unos pocos, y una carencia dramática para muchos otros.

A modo de comparación, podríamos decir que el cuerpo necesita de aire, y el alma, de oración; el cuerpo de sueño, y el alma de silencio; el cuerpo de agua, y el alma de diálogo; el cuerpo de alimento, y el alma de la Eucaristía. Y es justamente considerando esta estructura integral del ser humano que Jesús manda que busquemos también el “alimento que no perece”, ya que siempre está presente el riesgo de tener un cuerpo obeso, y un espíritu anémico, pues hay un sedentarismo físico, y hay un sedentarismo espiritual: ambos son igualmente dañinos. El “alimento que no perece” tiene dos características importantes: es el que perdura dando vida eterna, o hasta la vida eterna, y es únicamente el Hijo del hombre, Jesucristo, quien puede proporcionarlo. Nunca debemos perder de vista nuestra condición de peregrinos en esta tierra; asimismo, de sencillos administradores de las cosas, jamás de propietarios. De este modo, hemos de prepararnos para la vida eterna junto a Dios, y el Señor nos ofrece este alimento, desde ahora, alimento para nunca más tener hambre espiritual: por ello, participemos en familia de la Misa dominical. Así, no seamos ingenuos de procurar el verdadero alimento en otras fuentes, que, tal vez, quieren engañar la buena voluntad de algunos, o explotar la necesidad de otros.

Hoy, día del párroco: nuestra gratitud y saludo a todos.

Paz y bien

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