El lanzamiento de un libro no es algo usual en nuestro medio, tampoco el público que asiste. Sobre este último, hay que decir que no son personas mejores ni peores, pero sí -por lo menos muchas de ellas- cultores de un hábito que está, lastimosamente, en terapia intermedia. “La lectura cayó en desgracia”, diría alguno.
En este ambiente no es raro encontrar a personas distintas al normal denominador. Gente diferente, sin duda, aquélla que encuentra en el ejercicio de la lectura cotidiana una alegría, desahogo, forma de seguir cultivándose o sencillamente una manera útil de pasar las horas. Un pasatiempo cruel de alguna manera, porque siempre queda tarea pendiente y más temprano que tarde no queda otra que asumir, por ser absolutamente irrefutable, que a medida que más se sabe, más conciencia se toma de lo poco que realmente conocemos.
Gente tan particular como lo es la que aplica constancia en la lectura, también encuentra su par en aquéllos que se dedican a promoverla. Convengamos en que no estamos precisamente en un país donde se fomente el amor por la palabra impresa, y donde hay hasta quienes miran con desconfianza hacia el rincón literario. Justamente por eso es que más mérito parecerían tener estos Quijotes que se dedican a una de las aristas de este mundo particular como lo es la comercialización de libros.
Todo esto nos vino a la mente al observar en el evento en cuestión a uno de ellos, posiblemente el más conocido en nuestro medio, también dueño de casa y anfitrión en esta ocasión. Como siempre apoyando a los escritores nacionales, atento de los detalles y saludando con cortesía, Pablo Burián prestó no solamente su casa para este lanzamiento sino también la obra cobró forma en su editorial. ¡Un libro 100 % paraguayo!
Si algún novel escritor, editorialista o cualquiera precisa un consejo sobre este rubro en el país, nadie mejor que este señor para pedir orientación. 53 años de labor ininterrumpida que se iniciaron allá por el ‘71 en una esquina de la Plaza Uruguaya, dieron frutos y hoy El Lector tiene 12 sucursales distribuidas por todo el país, como también un local en Panamá. Estamos hablando de una editorial paraguaya que ha logrado trascender fronteras, un hecho nada menor.
“Poner el libro al alcance de todos” fue la consigna que ya le daba vueltas en la cabeza a Burián cuando más de 5 décadas atrás abría en la esquina de las calles Méjico y 25 de Mayo el Kiosko 653. Allí, junto a revistas y cigarrillos comenzó a vender algunos libros, e inició una carrera de la que nunca se apeó. Y empezaros los innumerables hitos que habrían de distinguir a esta empresa familiar: La primera feria del libro paraguaya, la presencia en la Feria del Libro en Buenos Aires y la fundación de la Editorial El Lector, son sólo algunos de ellos.
También hubo momentos en que las fuerzas flaquearon, ataques y acusaciones durante la dictadura de Stroessner, algún “apriete” por parte de un Comisario de Investigaciones, la empresa supo capear tempestades y continuar creciendo. Con el mismo espíritu emprendedor con que arriesgó los primeros pasos y abierto a los cambios, Burián fomentó el traslado generacional para que sus hijos se hagan cargo de la operación de la empresa, dándole de esta forma una energía dinamizadora necesaria en los tiempos actuales.
Mirando sin temor hacia el horizonte, la empresa familiar innova y se transforma para enfrentar los desafíos que se vienen, que no son menores o mayores a los que El Lector enfrentó en la década de los 80 y 90, tan solo diferentes. Solo nos resta apoyar, desde el lugar que cada uno ocupamos, la labor de este paladín de la cultura, y decirle con admiración ¡Qué grande Pablo!