La falta de espíritu crítico es una amenaza constante a las democracias. Acontecimientos históricos y contemporáneos dan testimonio de sociedades enteras arrastradas a la catástrofe, obnubiladas por cantos de sirena traducidos en discursos mesiánicos, mentirosos, o promesas huecas. En nuestro país no estamos ajenos a esa penosa realidad, y así nos va.
La reflexión viene a cuento de un congreso sobre educación y psicopedagogía, que tuvo lugar aquí la semana pasada, organizado por la UNAE, donde, entre otros temas, la discusión giró en torno al “pensamiento crítico en la era de la inteligencia artificial”. Un fenómeno tecnológico que avanza vertiginosamente, y para el cual no estamos preparados.
Si en nuestro país el analfabetismo lato sigue siendo un problema –ni hablemos del analfabetismo funcional– el analfabetismo digital es todavía más grave. Como se dijo en oportunidad del congreso, el analfabeto digital, carente de sentido crítico, cree a pie juntillas todo lo que lee, ve u oye.
De ahí que no debe extrañar ver en el Parlamento Nacional a personajes poco recomendables que a través de los medios digitales lograron instalar su discurso, en un imaginario colectivo carente de sentido crítico.
La reunión de educadores, investigadores y estudiantes concluyó con que existe un preocupante rezago de nuestro país en materia de alfabetismo digital, tanto en materia de legislación como en su incorporación en el programa educativo.
Esto tiene su impacto en la calidad de nuestra democracia, en el ensanchamiento de la brecha entre quienes tienen acceso al conocimiento y quienes carecen de esas oportunidades, y consecuentemente se convierte en un factor que contribuye a la desigualdad y la inequidad social.
Pese a que ya en el 2012 la ley 4758, que crea el Fonacide y el Fondo de Excelencia de la Educación y la Investigación (FEEI), mandaba priorizar la incorporación al sistema de las tecnologías de información y comunicación (TIC) al sistema educativo.