Su nombre no figura comúnmente en los cánones literarios. Sus obras quedaron dispersas en periódicos de finales del siglo XIX y comienzos del XX y en un solo libro póstumo publicado por uno de sus nietos.
Juan E. O’Leary lo calificó como “patriarca de nuestra poesía” y “primer intérprete del sentimiento nacional”. Don Victorino llegó a Asunción en 1869 y se quedó en este país al que amó y dedicó sus mejores afanes.
Había nacido en Mugia (o Muxia), Galicia, en la fecha arriba señalada, en una familia acomodada. Cuando supo que sus padres tenían la intención de que fuera sacerdote, huyó de su casa y llegó a Cuba. Después pasó a Buenos Aires. Arribó a Asunción en 1869 enviado por una firma proveedora del ejército argentino en campaña.
Había estudiado Medicina en su tierra natal, pero aquí se dedicó a la poesía; colaboró con el periódico El Pueblo, firmando una sección titulada Mesa revuelta.
Se casó con Isabel Myzkowsky, hija de la dueña de la posada donde residía, que era a su vez viuda del coronel Leopoldo Luis Myzkowsky, militar polaco que combatió en Curupayty y fue de los pocos muertos en filas paraguayas en ese combate. Isabel era hermana de Amalia Myzkowsky, casada con el brasileño Eleuterio Correa. Del matrimonio de Amalia y Eleuterio nacería Julio Correa, que vendría a ser, entonces, sobrino de Victorino.
Victorino fue padre de Isidro Julián Abente Myzkowsky, quien a su vez tuvo un hijo extramatrimonial con Juana Deolina Bogado. Ese hijo fue nada menos que Carlos Federico Abente (1914–2018), autor de la letra de Ñemity, la célebre guarania de José Asunción Flores.
Desde España vino posteriormente al Paraguay otro hermano de Victorino, llamado Victoriano, quien se casó con María Haedo Machaín, con quien inició la estirpe de los Abente Haedo.
Victorino Abente y Lago fue fundamental en el desarrollo de las letras paraguayas en esa época muy dura de la reconstrucción en medio de una miseria atroz. Amó inmensamente al Paraguay y en 1885 escribió un poema conmovedor, La sibila paraguaya, que en parte dice: En solitaria ruina / donde el recuerdo se encierra / de aquella cruenta guerra / que tanto al dolor inclina, / se oyó una voz peregrina / que, con dulcísimo acento, / mezcla de triste lamento / y de profético canto, / gozo infundía y quebranto / en un mismo sentimiento.
Victorino Abente y Lago, de feliz memoria, falleció en Asunción el 22 de diciembre de 1935.