Se ve en lo económico, donde pese a los guarismos de la macroeconomía, el pueblo de a pie está cada vez más precarizado. Sobrevivimos -esa es la palabra- en un ambiente enrarecido por la inseguridad, la fragilidad económica, y la falta de oportunidades laborales. Pareciera que todo está muy concentrado, acaparado, y queda poco librado al libre juego de oportunidades.
Un compatriota que hace años vive en el exterior -en los Estados Unidos, concretamente- comentaba que las veces que viene de visita experimenta una inquietante sensación de quietismo. Como que siempre estamos girando en torno a los mismos problemas: en la política, la economía, la educación.
Somos los únicos capaces de tropezar dos veces con la misma piedra sin atinar a removerla. Padecimos por décadas una tiranía político-militar, y ahora, en plena apertura democrática, la estamos reemplazando por una autocracia marcada por el poder del dinero, afirma este compatriota.
Este fenómeno seguramente se podrá entender desde el campo de la sociología, la sicología, la historia, la política, incluso la genética. Explicarlo excede por mucho este espacio, y tampoco es el propósito. Pero viene al caso para referirnos a una situación que se repite sin solución de continuidad en el sector campesino productor primario de yerba mate.
Cada año se repite el mismo reclamo de la baja cotización de la materia prima, en un esquema de mucha desigualdad con el sector industrial en lo que refiere a la distribución de los beneficios que genera el rubro.
Si bien es cierto que en una economía de “libre mercado” -como se supone es el que rige nuestra economía- el Estado no puede intervenir en la fijación de precios, sí puede, mediante iniciativas de apoyo crediticio, acceso a tecnología, asesoramiento organizacional y mercadeo, contribuir a mejorar sus condiciones de competitividad.
Hablar de la importancia económica estratégica del rubro yerbatero es recitar un discurso archiconocido. En algunos países incluso subsidian a sectores que gozan de dicha condición.
Aquí, en un país signado por la falta de fuentes de trabajo, causa de gran parte de la delincuencia común que nos azota, nos damos el lujo de desatender a un sector generador de genuino trabajo para miles de compatriotas. No nos extrañemos que muchos campesinos opten por incursionar en “rubros” más “rentables”, como la marihuana, por ejemplo. Y así nos va.