Tendrá como mucho dos años. Sus días transcurren en los brazos de su mamá, que pide monedas en un semáforo de Asunción, casi siempre frente a la mirada indiferente de quienes van inmersos en sus propias luchas cotidianas.
En un intercambio breve de palabras le pregunté a la mujer por el nombre de su niña. “Giuliana” dijo orgullosa y a la beba se le expandieron los labios dejando ver sus pequeños dientes blancos. Tiene unos ojos grandes y brillantes llenos de una ternura totalmente ajena a la penuria de su realidad.
Cientos de Giulianas pululan en las calles de área metropolitana y alrededores, expuestos al peligro y abandonados por un gobierno cuyo discurso, en mayor medida, reivindica a la familia, pero centra sus esfuerzos en la agenda del autoritarismo y el atropello institucional.
Transcurridos seis meses de administración, los proyectos sociales parecen postergados mientras los más desprotegidos luchan por sobrevivir en medio de la absoluta precariedad. La brecha de la desigualdad se sigue ensanchando como algo natural en una sociedad que permanece anestesiada e indolente.
Ya va siendo hora de que el Gobierno dé muestras claras de un verdadero interés en cuidar de su gente; esa gente que tiene menos o más bien nada, como Giuliana, quien vive de las monedas que dejan caer unos pocos. Ya resulta cansino seguir escuchando acerca de las bondades de la economía y la grandilocuencia con la que defienden los números “macro”, sabiendo perfectamente que no garantizan lo más básico.
Giuliana aún no tiene edad para ir a la escuela, pero si tuviera que ir, probablemente lo haría en un aula paupérrima con útiles de baja calidad, porque con eso se deben conformar los que no pueden elegir. Ojalá Giuliana no se enferme, porque seguro no encontrará remedios en el puesto de salud de su barrio. Ojalá Giuliana, si llega a adulta, aún tenga las fuerzas para pelear contra el sistema que la relegó.
Pero ojalá nosotros, que sí tenemos la fuerza ahora, no esperemos tanto para plantarle cara a este Gobierno que al parecer no quiere escuchar ni quiere ver a quienes no puede cuidar. Por eso, está en nuestras manos hacerle sentir al presidente, sus ministros y congresistas que no pueden seguir obrando como si el país perteneciera a esos pocos poderosos que desde agosto les marcan el camino.