Sobre nuestro hablar y modismos

El idioma experimenta cambios y transformaciones a lo largo del tiempo, y en este proceso influyen diversos factores como la influencia de otras lenguas e incorporación de palabras foráneas, la inmigración (relacionada a lo primero), la música con esa fuerza que tiene para encantar sobre todo a los jóvenes y varios aspectos más. Es aceptado que estos cambios enriquecen al idioma y que esta evolución ya debe considerarse una constante.

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Si bien el idioma más hablado del mundo es el inglés, que por cierto utilizan más personas en la India -modificándolo en las formas ya mencionadas- que todos los demás angloparlantes del mundo sumados, la lengua más cambiante y que se habla de más formas es el español. Fácil de entender: Se habla en toda Latinoamérica, con notas características de cada región y toda la riqueza -y complicaciones- que eso conlleva.

Desde el lunfardo porteño hasta el español cultísimo de Lima, pasando por el “voseo” rioplatense hasta la anulación en la pronunciación de la “erre” en algunos países caribeños, tanto la forma de hablar como el significado de las palabras varía muchísimo, al punto que los europeos se vuelven locos aprendiendo español. Por cierto: Así como nosotros decimos “me suena a chino”, cuando los alemanes quieren denotar que no entienden ni jota de algo dicen “das kommt mir spanisch vor” lo que sería lo mismo que “me suena a castellano” o simplificado “no entendí un comino”. Así de complejo y difícil de estudiar le resulta a esta gente tan culta.

En este berenjenal del castellano los paraguayos no nos quedamos a la zaga en la cuestión, para nada luego. Si bien no nos damos cuenta en el día a día, salvo quizás al viajar o vivir por un tiempo prolongado afuera, hablamos español de una forma muy particular. Comenzando luego por la pronunciación, pasando por el hablar cantarino y finalmente, aunque para nada por último, nuestro bilingüismo que al adaptarse, traducirse y luego formar parte del castellano paraguayo le agrega matices únicos a la lengua de Cervantes.

“¿Vos te hallás en Paraguay?” le preguntaron a una chica italiana haciendo un intercambio, que medio perdida buscó en el tono o la mirada de su interlocutor algún dejo de burla, y al no encontrar nada parecido respondió “claro que me hallo, si estoy aquí”. Y cuando momentos más tarde la misma chica preguntó si la estación de buses quedaba cerca como para llegar caminando, le respondieron que no, que estaba “leeeeejos” denotando la lejanía con la repetición de la “e” de la misma forma que se enfatiza lo pequeño que es algo o sabrosa que está la comida cuando se dice “chiquitiiiito es” o bien “estuvo súuuuuuuper rico el tallarín de la abuela”. Así somos, pensamos y así hablamos también. Quizás a costo de ser de repente “un poco valles” pero siempre muy expresivos, y más que dispuestos a sacar una chispa de humor aún en la situación más inesperada.

El bilingüismo es una riqueza y también un desafío. Cuando un legislador, ya harto de las burlas contra él por la forma en que “trozaba” el castellano se defendió diciendo que así lo aprendió a hablar en la localidad de donde provenía, no dejaba de tener razón. Hablamos mal, en esto tiene mucho que ver la pobrísima educación pública y el desapego a la lectura, responsabilidad que comparte la educación privada. Por otro lado, es un placer escuchar hablar a una persona que domina ambos idiomas, y que sabe introducir expresiones del guaraní en un soberbio discurso en español, o al revés. Esa es nuestra identidad y debemos cuidarla, y forma parte de nuestra idiosincrasia y cultura, únicas en el mundo.

¿Porquéiko es tan importante cuidar nuestra identidad cultural? Porque siendo como somos un país pequeño, con no demasiada población, rodeado de dos gigantes que nos avasallan con sus usos y costumbres, se da en forma natural que adoptemos algunas de ellas, cosa que tampoco está mal. Pero tenemos que cuidar de no extranjerizarnos tanto. Está bien, nos gusta’i la forma de hablar y el fútbol de los argentinos, así como la música y ciertas expresiones del Brasil, pero no todo lo que venga de allá necesariamente es mejor que lo que tenemos aquí. Lo que se dice, tenemos muchas cosas buenas y algunos desastres, pero son “nuestros” desastres.

Así que veamos na de jerarquizar lo nuestro, dándole el valor que realmente se merecen a nuestros usos y costumbres, que permiten que los paraguayos -junto a su simpatía, buena predisposición para el trabajo, profesionalismo y cordialidad- sean tan apreciados en todo el mundo. Está bien que nuestros hijos anden un poco “por su cabeza” y descubran lo nuevo, pero también inculquémosles el amor por lo autóctono. Y aunque nos disguste’i la actuación de muchas autoridades, apoyemos las muchas iniciativas positivas -que también las hay- jaiko porãvéhaguã ñane retã Paraguáipe.

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