Mi abuela Juana no tenía idea de lo que era el feminismo. Nació en 1939 en una humilde familia campesina, en un recóndito lugar llamado Beterete Cué, a orillas del río Pilcomayo.
Ella no tuvo la educación ni el acceso a la información que procuró y dio a sus hijas y nietas, pero desde su rol de mamá y abuela, con las lecciones que aprendió de forma empírica, siempre trató de que sus chicas se valgan por sí mismas.
No, mi abuela no era feminista. Todo lo contrario. Era una señora machista y misógina, cosas que aprendió de su generación y la sociedad en la que le tocó crecer. Para ella “los varones eran sus preferidos” (lo decía abiertamente), las tareas de la casa eran responsabilidad de las mujeres y la palabra mayor la tenían sus “hijos”.
Pero en medio de ese ambiente donde “reinaba” el machismo, mi abuela siempre alentó a las chicas a sobresalir, a gestionarse una vida mejor de la que tuvo ella y a encontrar su propio camino
Una de las primeras lecciones de feminismo que aprendí de mi abuela es que soy dueña y señora de mi cuerpo y que nadie debe tocarme si no quiero. “A la primera que te levante la mano te vas. No permitas que te toque”, le decía doña Juana a una conocida.
Desprendida de esta lección, va la segunda: la independencia económica. “Vos podés trabajar y pagar tus cosas. No dependas del hombre, vos también podés tener tus cosas sin tener que pedirle nada a nadie”.
La tercera lección llegó sobre la marcha. Definitivamente fue algo que mi abuela aprendió al tener cuatro hijas, varias nietas y el aluvión de amigas que estas traían a la casa. Con tantas diferencias en lo físico y en el carácter, mamá Juana tuvo que ejercer de juez imparcial una y mil veces, y enseñarnos a la par que ella lo entendía: “no tenéss que medirte con otras mujeres”. La filosofía de mi abuela era: “ninguna es más linda que la otra, ni más inteligente, ni más nada, todas son diferentes”. Las peleas no faltaron, pero de alguna u otra forma siempre nos respetamos y toleramos y en ningún momento hubo jerarquías entre nosotras.
Y en este contexto repleto de mujeres, mamá Juana nos dio la más valiosa de las lecciones, lo que se convirtió en su mayor legado: la sororidad.
Mi abuela fue una “kuña guapa”, totalmente sobrecargada de responsabilidades y roles, pero supo encontrar el brillo en medio de la oscuridad. Su generación y los tiempos que vivía la sociedad en su época no le dieron otra oportunidad. Pero en medio de toda la oscuridad, cuando vio destellos de luz, envió a sus chicas a conocer el brillo
Y hoy, en su memoria, elijo creer que hay más destellos de luz a nuestro alrededor. Nuestra responsabilidad es compartir el brillo con las chicas que necesitan de nosotras.
Es nuestro deber estar atentas a las señales de alerta de nuestras congéneres para ayudar cuando estas se encuentren en situaciones de vulnerabilidad o abusos, del tipo que fuera.
Hacer frente al machismo y la violencia de género que viene con ello es lucha de todas. Porque si nos tocan a una, nos tocan a todas. Aquí es donde nos toca echar luz y apoyarnos las unas a las otras.