De la leche de burra al PMMA

Aunque en la época en que vivió no existían redes sociales, el secreto de belleza más publicitado de la historia es el famoso baño con leche de burra que se daba Cleopatra. Desde entonces hasta hoy, los desesperados intentos por mantener la “eterna juventud” arrojaron al mercado numerosos tratamientos; algunos más riesgosos que otros. Aquello de “para ser bellas hay que ver las estrellas”, no solo es una frase anecdótica pues, muchas personas (hombres y mujeres) han encontrado incluso la muerte en esa carrera por convertirse en Sílfides y Adonis.

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El reciente fallecimiento de la figura pública argentina Silvina Luna por complicaciones de un procedimiento estético han traído al debate público, denuncias incluidas contra personas que prometen ese cuerpo escultural en menos de lo que canta un gallo alcanzando los “estándares de belleza” a base del plástico.

De acuerdo a un estudio de la Revista Chilena de Cirugía, las cirugías estéticas más frecuentes son el aumento mamario y la liposucción. A estos se han sumnado otros de carácter ambulatorio pero no excento de un altísimo riesgo.

Tal es el caso del uso del polimetilmetarcrilato o simplemente PMMA, aplicado para mejorar el aspecto y la turgencia de los glúteos. Su uso irresponsable fue, dicen los especialistas, lo que causó la muerte de Luna.

Actualmente el PMMA está prohibido en nuestro país y se sabe que no solo se usa para tener una cola levantada, también en procedimientos masculinos de engrosamiento peneano

Hoy, con toda la polémica generada en torno al uso del PMMA y la falta de cuidados e información para pacientes, ha levantado una polémica y generado demandas y contrademandas. Muchos se preguntan si vale o no la pena someterse a una carnicería y arriesgar la salud solo para despertar la “admiración” de terceros. Pero hay mucha hipocresía social.

Mientras dicen que “lo que importa es lo de adentro”, prestan más atención y deferencia a lo que se ve desde afuera. La respuesta estética a una insatisfacción o inseguridad personal está a la orden del día. Todos tenemos derecho a elegir qué queremos y cómo queremos que luzca nuestro cuerpo.

Pero en este tipo de procedimientos riesgosos hay que recordar que se transita un camino de doble vía: el que ofrece el servicio y el que lo contrata. Ambos tienen una responsabilidad compartida a la hora de mostrar los logros o apechugar las complicaciones.

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