La autora dedica también este libro “A quienes todavía transitamos esta vida, nos toca la tarea de mantener viva aquella memoria, para que sea luz en el camino de los que luchan por su liberación y sirva, además, como legado histórico para las generaciones venideras”. Este legado es también, y sobre todo, para la generación actual, atrapada por hechos de los que no puede sacudirse.
A Margarita le tocó padecer algunos de los sucesos que asombran por su violencia e injusticia, como la tragedia de las Ligas Agrarias Cristianas que la golpeó con fuerza en lo personal y social.
En abril de 1976 la dictadura descargó su furia contra los miembros de las Ligas Agrarias. Fue en lo que se dio en llamar “La Pascua Dolorosa”, barrida por un viento infernal que sepultó varias vidas. Solo escuchando a las víctimas, a sus familiares o testigos presenciales como Margarita Durán, se podría tener una idea aproximada de los horrores que padecieron en silencio. No había dónde quejarse ni medios de prensa que se les acercaran. La dictadura cerró todas las rendijas por donde pudiera filtrarse la barbarie.
Una barbarie que habría de llenar de espanto cuando mucho tiempo después trascendió los límites de Misiones. Más de 400 agricultores fueron los mártires entre desaparecidos, asesinados, torturados, encarcelados. Dicho así uno se pregunta: ¿Qué delitos tan monstruosos cometieron? Fueron pocos, aunque para el stronismo de suma gravedad: Querían pensar por cuenta propia, educarse fuera de las aulas formales, tener almacenes de consumo para librarse de los comerciantes que les expoliaban, prescindir de los acopiadores que les robaban, resucitar las mingas para ayudarse los unos a los otros o realizar obras comunales; en fin, vivir como hermanos.
“La Pascua Dolorosa” de 1976 levantó su calvario en los sótanos de la entonces Delegación de Gobierno de Misiones, en San Juan Bautista, que funcionaba en el edificio conocido como Abraham cue, convertido en símbolo de una locura asesina.
Muchos sacerdotes, paraguayos y españoles, y monjas como Margarita, acompañaron a los campesinos en sus esfuerzos de crecimiento moral, ideológico y económico. Aprendieron que la pobreza no es una virtud sino una desgracia remediable; que no se puede llegar al cielo si no se ha vivido bien en la tierra. La desgracia terrenal no siempre se convierte en dicha celestial.
Fortalecidos con estas ideas, se extendieron las Ligas Agrarias a otras comunidades que igualmente las vieron como la alternativa para su crecimiento en todos los órdenes. Funcionaban bien en todas partes. Tan bien que comenzaron a arreciar las denuncias de los almaceneros, acopiadores, directores de escuelas. Estos contra las conocidas como “escuelitas campesinas”.
Margarita fue una de las educadoras de esas escuelas donde, nos cuenta, “se daba mucha importancia a la personalidad del niño, a fomentar su creatividad, su juicio crítico, aspectos que no se observaban en las escuelas del país”. Ni se observan hoy ni se observarán mañana. El propósito ha sido siempre prescindir de la enseñanza del juicio crítico. Podría fecundar una generación que pensase por cuenta propia.
“Ligas agrarias cristianas – mis vivencias”, conecta el pasado con el presente del país. Ya no tenemos dictadura; tampoco una democracia que nos haga olvidar de aquella.
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