Aunque no necesariamente, en general lo anterior indica un bajísimo nivel de lectura, lo que lleva a una bajísima cultura, lo que los hace dependientes del criterio de otros pues sin cultura desde la que abordar los temas, se depende necesariamente de “dictámenes” ajenos.
El problema no está tanto en la manera en que hablan, sino en que la bibliografía referida a los temas que deben tratar y la información sobre los mismos están en castellano. Luego, me parece claro que estas personas pueden caer fácilmente en la dependencia del criterio de terceros.
Terceros cuyos intereses no necesariamente son coincidentes con los de los electores que permitieron al legislador dependiente de ellos llegar a la banca.
Es verdad que la representación no debe depender del nivel cultural sino de los votos, pero es igualmente verdadero que para que un representante pueda servir con eficacia a los que le votaron, debe mostrar al menos independencia de criterios y curiosidad intelectual. Lula da Silva es un claro ejemplo positivo sobre esto.
Ni la independencia de criterios ni la curiosidad intelectual pueden probarse adecuadamente en un examen, pero a mi modo de ver, no puedo decir que haya ni una ni otra en los legisladores a los que nos referimos.
Una parte del problema está en la conformación de las listas originarias de candidatos (las que se forman a resultas de los procesos electorales son posteriores), las que hacen a dedo los caciques de los grupos políticos para competir en las internas de los mismos.
El caso de Cruzada NaZional es el más patético ejemplo, pero lamentablemente no es el único. Tenemos esto en todos los partidos, excepto en los ahora pequeños, que confunden calidad intelectual con capacidad de obtener votos.
Pero tampoco hay que confundir la erudición con independencia de criterio o curiosidad intelectual. No son sinónimos. Hay demasiados eruditos en la Historia de la Humanidad que fueron más perversamente abyectos que el más ignorante miembro de su sociedad.
En síntesis, creo que el problema de la falta de cultura se pone grave cuando implica que el legislador afectado por ella obedece instrucciones, porque eso da poder a personas que no fueron elegidas para tenerlo.
Corremos pues el riesgo de que las leyes de nuestro país las hagan, en realidad, “especialistas” sin representación alguna, sin mandato alguno, pero con agendas muy distintas a las que votó el pueblo.
Y por eso creo que la respuesta a este tema no está en filtros culturales (los títulos en nuestro país se venden como tomates o nafta) sino en transparentar el proceso legislativo, desde que se concibe y se propone cualquier proyecto normativo.