La organización ambientalista Guyra Paraguay hizo entrega oficial del título de propiedad de la fracción que había adquirido hace 10 años de manos privadas, conforme a un acuerdo establecido con la comunidad nativa para que esta continúe con la preservación “bajo los cuidados y manejos de gobernanza tradicional de los pueblos indígenas”.
La sociedad “civilizada”, con toda su ciencia y su tecnología, confía a una sociedad “salvaje” el cuidado de algo tan precioso, vital para la supervivencia de la especie humana, como es la biodiversidad.
La fecha elegida para cumplir este acto de traspaso de este bien a la comunidad Arroyo Morotï tiene una significación especial: desde 1973 las Naciones Unidas, a través de su Programa para el Medio Ambiente (PNUMA), celebra cada cinco de junio el “Día Mundial del Ambiente”. El mensaje contenido en ese acto se convierte en un llamado de conciencia a la sociedad en general sobre la importancia de cuidar el lugar donde vivimos.
Este ejemplo de compromiso con el ambiente, exteriorizado por Guyra Paraguay y su contraparte, la comunidad Arroyo Morotï, debe ser elemento motivador –y motivo de vergüenza– para ciertos estamentos de poder político en nuestro país, que llevan más de 30 años de inacción ante un compromiso asumido por el Estado paraguayo en 1992 –tal vez a la ligera y con cierto tufo populista– de convertir la reserva del San Rafael en un parque nacional y garantizar su preservación.
Este pedazo de selva es uno de los últimos remanentes de la gran masa de selva conocida por Bosque Atlántico Alto Paraná (BAAPA). Es una reserva de biodiversidad de importancia mundial, sitio de recarga del Acuífero Guaraní, lugar de reposo de aves migratorias que cruzan de punta a punta el continente, hogar del mayor número de aves endémicas del Paraguay.
Esta selva agoniza ante la acción predatoria de los productores de carbón de leña, cultivadores de marihuana, taladores de árboles y la inacción de las autoridades nacionales. Preservarla es una necesidad para una humanidad cada vez más acorralada por la destrucción de su casa común, paradójicamente, provocada por ella misma.