Ganarán el pan con el sudor del de enfrente

En el Paraguay un delincuente puede, con un poco de esfuerzo y la oportuna adhesión al caudillejo preciso, alcanzar el pretendido estatus de perseguido político. Es decir, el de una víctima en la lucha cívica. No importa el volumen del crimen cometido. Una vez que el malhechor llegue a político y la “voluntad popular” le otorgue un curul parlamentario, su crimen será embozado. Y él pasará a ser una prominente personalidad con privilegios de intocable.

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Aunque parezca un contrasentido, cuando a un político le persigue la justicia, tiene siempre a mano una ley que lo ampara. Ocurre que lo legal no siempre es lo justo. Es más: en un país como el nuestro, en que el Legislativo está poblado de imputados, el corporativismo apunta a leyes que cada vez se apartan más de la justicia para poner a salvo al político que necesite cobertura.

Todo proceso judicial se convierte en una persecución política cuando el acusado es chancho de un bien enlodado chiquero partidario. Cuanto más ascienden los delincuentes en la escala del poder, más ilícito se vuelve su enriquecimiento y más legal se torna su blindaje.

Esto me lleva a recordar una sentencia del dramaturgo español Enrique Jardiel Poncela (1901–1952), autor de la obra teatral Los ladrones somos gente honrada, que decía que el político se gana el pan con el sudor del de enfrente. Los políticos enriquecidos con la política son el retrato perfecto de un país desquiciado.

La impunidad forjada por diligentes “hombres de leyes” para proteger a maleantes de todas las especialidades, desbarata el intento de adecentar nuestro país. La impunidad le brinda una arrogante seguridad al político, que crea a su alrededor un séquito de “operadores” a quienes a su vez debe mantener gestionando su acceso a un cargo desde donde pudieran también robar. De ahí surge el clientelismo, un cuerpo parásito que esquilma a los entes públicos.

El presidente electo aseguró que con él “vamos a estar mejor”. Pero uno mira a su alrededor y ve la gente que forma parte de su cohorte (o la cohorte del verdadero jefe) y se pregunta: cómo, con qué. Pues ese equipo es férreo defensor del esquema de protección a la delincuencia devenida en aparato político.

Parafraseando una vez más a Bécquer, diríamos que volverán las oscuras golondrinas cartistas para sustituir a las oscuras golondrinas abdistas. Es muy difícil que la cosa cambie radicalmente en nuestro país con el simple cambio de un presidente por otro, ambos más conocidos por sus nombres en diminutivo.

En el poder seguirán los viejos y mañosos colorados. Hoy con mayor supremacía aún ante una oposición enclenque que también tiene sus perlas: entronizará en el Congreso, por la “voluntad popular”, a un acusado de violación y un barrabrava tachado de violento. La ley los ampara.

Todos pasarán a ser “perseguidos políticos” si la justicia trata de enjuiciarlos, y “ganarán” su pan con el sudor de nosotros, los de enfrente.

nerifarina@gmail.com

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