Más inmerecido es aún el manoseo al que se recurre frecuentemente con la creciente población nativa del Chaco, quienes en el papel de cualquier proyecto que promete hacer brotar agua de la roca, están como beneficiarios principales, pero a la hora de la verdad son olvidados y deben virarse acarreando agua, con la conexión del acueducto de la vergüenza en sus propios patios y sin una sola gota de agua del aclamado proyecto. ¿Cuántos millones más hacen falta para hacerles llegar un derecho tan básico como el agua?
Esa misma población nativa, caracterizada por su pacifismo, la mayoría de las veces, son la excusa para todo, para costosas consultoras que analizan proyectos, para proyectos que pretenden ser altruistas pero que son un entramado poco claro de pérdida de dólares y para autoridades que no tienen problemas de conciencia después de causar estragos en la calidad de vida de ciudadanos que son tan humanos como cualquier Juan Pueblo.
La larga y brutal sequía de tres años que recientemente atravesamos en Boquerón apenas sirvió para enseñarnos (una vez más) que para muchas cosas importantes estamos solos en el Chaco y que, más que ayudar, muchos proyectos terminan de confirmarlo. Ahora, cuando ya es evidente que la obra no va a funcionar, terminó la propaganda de Estado gloriándose con el supuesto logro, ahora que no estamos más en campaña política terminó también el desfile de políticos mesiánicos prometiendo soluciones mágicas al problema del agua.
Ojalá que los chaqueños aprendamos a que no nos tomen del pelo, por lo menos no tan frecuentemente.