En el Paraguay esta actividad se inició temprano. En la colonia, los indígenas demostraron su capacidad para el teatro, la música y la danza guiados por los sacerdotes. A partir de la independencia, hubo un largo silencio que se acentuó con la dictadura del Dr. Francia que nada quería saber de estos entretenimientos hasta que el gobierno de Don Carlos Antonio López abrió las puertas a las artes, en especial al teatro. A él se debe el primer elenco nacional del teatro. El primero y el único. Después nunca más hubo una compañía financiada por el Estado. Elenco municipal sí, por un tiempo y con loable rendimiento.
Los afanes culturales de Don Carlos se dirigieron también a darle al país un teatro que albergara las artes escénicas. En las representaciones acudían la familia presidencial y otras altas autoridades. Este buen ejemplo también se acabó pronto, hasta hoy. ¿Alguien ha visto entre el público de teatro a un presidente de la República, un senador, un diputado, un ministro del Ejecutivo o del Poder Judicial o cualquier otro alto funcionario?
Apenas finalizada la Guerra del 70, Asunción fue el escenario incesante de compañías extranjeras de teatro hasta muy entrado el siglo XX. Venían con un repertorio numeroso de dramas y comedias que solo los representaban por una noche. No había público para más. Estos elencos, que buscaban que el Paraguay tuviese su propia compañía y su propia dramaturgia, organizaban concursos de obras. El premio era la representación y el derecho autoral.
Estas actividades tuvieron su respuesta recién en la década del 20 del siglo pasado. Por esta época se insinuaba un movimiento teatral sólido. Estrenaban sus obras autores como Ruffinelli, Alsina, Aveiro Lugo, Caballero. Unos años antes que ellos, lo hicieron Félix Fernández y Francisco Martín Barrios que abrieron el camino del teatro en guaraní con el liderazgo solitario de Julio Correa.
Correa tuvo un desempeño novedoso y, por lo mismo, arriesgado. No solo escribía en guaraní, también tenía el corazón puesto en los desheredados. Fue un autor con auténticas preocupaciones sociales; agudo, mordaz muchas veces y con una actitud crítica siempre.
La aparición de Correa en el teatro fue uno de los acontecimientos más relevantes de la cultura nacional. A él se le debe que tan importante manifestación artística adquiriese el sentido real de lo popular. De ese modo compartía con el público una inquietud nueva. Demostraba con ello que el teatro, el auténtico, es un medio para despertar ideas y sentimientos.
El otro aporte del Paraguay fueron las veladas, ese formidable movimiento artístico que se extendió por todo el país desde los años 40 del pasado siglo. Consistía en la fusión de música, danza, canto, juegos de magia, pasos de comedia, a cargo de los mejores exponentes en cada una de esas disciplinas. La velada, que duró unos 25 años, dio nombres que hasta hoy se recuerdan con admiración y respeto. Esta expresión cultural murió cuando murieron sus últimos cultores. No dejaron herederos y además el público desplazó su gusto hacia una novedad avasalladora: las zarzuelas paraguayas, otro de los fenómenos populares que pisaron con fuerza desde el primer momento en el escenario.
Naturalmente, los aportes del teatro paraguayo son muchos más, en todos los órdenes. Que sirvan los casos citados como ejemplo de que en nuestro país el teatro tiene una vitalidad milagrosa.