¿Suponer o preguntar?

En las relaciones humanas, no son pocas las oportunidades que estamos muy lejos de escuchar a nuestro interlocutor. Cuando realizamos una pregunta o pedimos opinión, casi inconscientemente esperamos que el otro nos responda lo que deseamos escuchar. La suposición no es ni más ni menos que la idea que uno tiene sobre el porqué de una acción, gesto o verbalización del otro y actuar en consecuencia. Los supuestos llevan a rotular gestos, palabras, modalidades del interlocutor sin siquiera preguntarle si es acertada nuestra presunción. Confeccionan profecías que autodeterminan realidades y que no permiten la confrontación acerca de qué trató de significar el otro con su actitud.

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Las profecías que se autocumplen son verdaderos constructos cognitivos que llevan a que después de pensarlos se accionen en consecuencia, sin chequear con el interlocutor si realmente lo que pensamos es tal cual y si nuestras acciones son coherentes con la respuesta del interlocutor. Por ejemplo, si se supone que el gesto de nuestro partenaire es de aburrimiento frente a nuestra conversación, se accionará de alguna manera especial para lograr agradarle, tratar que se distraiga o para despertarle el interés. En ninguna de estas posibilidades existe la espontaneidad en el diálogo, lejos estará de ser una conversación distendida, y cuanto más nos esforcemos para parecer simpáticos y entretenidos, se correrá el riesgo de transformar la situación en tensa y desagradable. Es factible, entonces, que el resultado sea una ruptura vertiginosa del diálogo, con lo cual se podrá confirmar el supuesto inicial, atribuyendo como causa de la interrupción el aburrimiento del otro.

De la misma manera, sucede con las personas que poseen un nivel de baja autoestima. Transitan por un mundo de relaciones donde se posicionan asimétricamente por debajo de sus interlocutores, construyendo fantasías autodescalificantes sobre lo que los demás piensan de ellos. Se muestran inseguros y débiles, desenvolviendo acciones que tiene por finalidad la búsqueda de afecto y reconocimiento. Así, tratan de encontrar afanosamente la valorización en el afuera cuando, en realidad (más allá que a todos los humanos les encanta ser apreciados y valorados), el proceso es inverso.

¿Cómo es posible dejar que los otros los valoren y confirmen, si los desvalorizados se encuentran tan alejados de su propia valoración? Este mecanismo termina por arrojar resultados paradojales: desde el supuesto se intenta hacer cosas para ser reconocido o valorado por el otro, tanto más se ejecutan dichas acciones, más dependiente se torna la persona en la relación, por lo tanto, mayor es la inseguridad que aparece en el vínculo y un inseguro o débil no favorece elevar la autoestima, sino todo lo contrario. Tanto se busca ser calificado, tanto mas descalificado.

Supuestos vs. preguntas

Si bien puede resultar simple preguntarle al interlocutor directamente sobre el significado de su acción, las personas optan por aferrarse al supuesto, con lo cual la respuesta emergente es a la idea que uno tiene y no a la intencionalidad del interlocutor. Se complica así la complejidad de las interacciones: el supuesto, reitero, es una construcción cognitiva (atribuciones de significado) que hacemos de las actitudes o pensamientos del otro y actuamos en respuesta a lo que suponemos que puede distar de lo que el otro hace o dice en realidad.

Pero la comunicación se entorpecerá aún más sino tenemos en cuenta que nuestras conductas colaboran con las reacciones del otro. O sea, sino nos involucrarnos en el sistema y no nos preguntarnos acerca de ¿qué he hecho yo para que el otro me responda así?, aislando la respuesta de nuestro interlocutor, como si nosotros no estuviésemos en el campo de la interacción. Siempre estamos inmersos en sistemas, y debemos entender que las conductas se influencian. Entonces, en las relaciones humanas el emergente casi inevitable del supuesto, daría lugar a tres tipos de intervenciones:

1. Es una forma que desplaza el supuesto que uno establece, para dar lugar a preguntar abiertamente sobre la descripción del gesto, por ejemplo ¿qué tratas de expresar con este gesto?, ¿Qué tratas de decirme?, ¿Por qué fruncís la boca?, ¿Por qué arrugas la frente?

2. Se trata de preguntar sobre el propio supuesto, sobre lo que uno cree que significa el gesto, o sea, preguntar sobre el supuesto propiamente dicho, por ejemplo, (frente a las cejas levantadas) ¿Esto que estamos discutiendo te da bronca?, o (frente a un bostezo) ¿Tenés sueño?, ¿Te aburro?. Si bien se pone en juego la suposición, se metacomunica en pregunta, por lo tanto equivale a decir yo supongo que estás con bronca ¿es así?, o supongo que ¿te aburro?, para poder corroborar o desconfirmar la suposición.

3. Esta forma es la caótica; la opción sería directamente actuar como si nuestro supuesto fuese el válido. Es decir, se tiene la certeza de que lo que uno piensa que el otro hace, siente o piensa Es, con lo cual no existe la confrontación del metacomunicar y se responde al supuesto que es el resultado de la propia atribución de significado.

En las dos primeras opciones de pregunta, es importante que se de crédito a la respuesta del otro, porque si vamos a preguntarle y continuamos porfiando en nuestra idea acerca del gesto o de la palabra del otro, la aclaración no sirve porque no le creemos. En estas situaciones donde preguntamos y no acreditamos la respuesta del otro, es factible producir en el otro lo que suponemos, haciendo una hermosa profecía: ¿Estas con bronca?... No, estoy bien…/ Daleee se te nota que estas con bronca…/ Pero te digo que me siento bien…./ Pero yo me doy cuenta que estás mal…/ Noooo ya te dije, no me fastidies…./ Bue si no me quieres decir no me digas…/ ¡Basta, te dije que estoy bien y tranquilo, tu eres el que me embronca!! (con gesto de rabia).../ Viste que estabas con bronca… Noooooooo.

Este diálogo, como se observa, es absolutamente entrampante, es claro que es un callejón sin salida donde se responda lo que se responda, todos los caminos llevan a confirmar el supuesto del otro. Como todo circuito entrampante es enloquecedor. Si el otro no quería decir lo que le sucedía, aunque se expresaba con su actitud, su respuesta es la constancia que nosotros preguntamos y el debe hacerse cargo de su contestación. Si en otro tramo del diálogo el vuelve a contestar agresivamente y confiesa su bronca, a nosotros nos queda el remito de que le hemos preguntado.

En conclusión, entonces, lejos de que primen las propias ideas acerca de la comunicación del partenaire y en pos de codificar de manera correcta el mensaje, es importante preguntar en vez de suponer, pero dar crédito a la respuesta del otro.

Yo telépata: saber lo que el otro va a decir (y viceversa)

Otro fenómeno comunicacional dentro de la categoría de los supuestos consiste en creer que el otro sabe lo que voy a decir, entonces para que te voy a explicar. Este es un supuesto bastante común que está en la categoría de los sobreentendidos. Las personas que dicen Tu ya sabes, Tu me entiendes …, o simplemente dan por hecho que está implícito que el otro ya sabe lo que uno va a decir, porque sostienen la creencia de que el interlocutor conoce al dedillo lo que uno piensa y va a comunicarle: Es obvio, No hace falta que te lo diga, Ni que te lo explique…. Ese suponer que el otro sabe cual va a ser mi respuesta, hace que obviemos cualquier tipo de explicación o de un desarrollo explicativo.

Cuando se obvian las explicaciones o las especificidades de una descripción en la creencia que no hace falta, se da por entendido algo que no ratificamos con nuestro interlocutor. Esto puede desencadenar a posteriori, la espera de respuestas o de acciones que se supone que el otro debe llevar a cabo a partir de nuestro sobreentendido. El resultado es la frustración entre lo que esperamos como expectativa y lo que recibimos como respuesta.

En esta dirección se encuentra el supuesto donde la persona afirma Yo ya se lo que me vas a decir. De la misma manera que suponemos que el otro sabe lo que vamos a decir o lo que pensamos, hay personas que suponen que saben lo que el otro va a hacer, sentir o pensar, lo que da como resultado que no lo escuchan o al menos minimizan su repuesta y esto amplifica aún más su supuesto. Hay casos en donde no se lo deja hablar al otro porque ya sabe la respuesta: ¡No, no, ya se lo que me vas a decir!... / Claro seguro tu piensas que él le tendría que haber hablado... .

O por ejemplo, escuchar al otro pero no registrar lo que está diciendo, entonces cuando se responde, se responde al imaginario personal, o al supuesto previo que se monta sobre la estructura de la frase o de la conversación y se obvia lo que el interlocutor dice en concreto. Cualquiera de estas variables terminan dando prevalencia a la suposición y no a lo que trato realmente de transmitir el otro.

Todo el mundo de nuestras percepciones se estructura en categorías. Estas categorías son boxes, cajas, donde colocamos las cosas que percibimos. Los supuestos son categorías interpretativas cuyo blanco se centra en la cadencia y tonalidad de la forma en que nos expresamos, las repuestas literales, los gestos, y el contenido de los mensajes. Todos estamos presos de las categorías que aplicamos, el tema es que si las operamos con la certeza y no las cuestionamos. Cuestionarse impone la duda y esta es una estocada de desorden a la estructura rígida del supuesto.

Si bien es imposible erradicar supuestos de nuestra cognición, al menos concienciarlos con humildad epistemológica, preguntarnos sobre nuestras aseveraciones y verdades absolutas, juicios de valor y otras posiciones conceptuales rígidas, no dan el lugar a mejorar nuestra comunicación y convertirla en un sabio proceso de aprendizaje.

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