Sabemos a ciencia cierta que imponer el auto eléctrico no es para prevenir el cambio climático porque la extracción, transformación y transporte de los materiales requeridos para construir un auto eléctrico, y para proveer de la infraestructura requerida para su funcionamiento mínimamente equivalente a los autos normales, son procesos que pueden incluirse entre los que los supuestos ecologístas denominan contaminantes.
También lo sabemos porque la suma total de emisiones de monóxido de carbono de todos los automóviles del mundo es menor que, por ejemplo, los gases de efecto invernadero emitidos por los incendios forestales o el atentado terrorista que destruyó los gasoductos germanorusos.
El costo de un auto eléctrico bajará seguramente en algún momento con el forzado aumento de la demanda y, seguramente también, aparecerá algún Elon Musk para hacer con el auto eléctrico lo que hizo Henry Ford con el auto a combustión.
Precisamente eso, la popularización mediante la interacción de un visionario con las fuerzas del mercado, es lo que confirma el propósito perverso de los impulsores de la legislación coercitiva para imponer el auto eléctrico a la fuerza, de modo autoritario.
En efecto, si se dejara operar líbremente a las fuerzas del mercado, y a los innovadores, se tendría una adopción de diversos tipos de vehículos según las preferencias de los consumidores realizada en los mismos términos en que el Modelo T modificó el mercado automovilístico: Por la vía de la demanda libre de los consumidores, que es la única vía democrática.
El uso de la coerción confirma que no es eso lo que quieren. Lo que quieren es que la legislación coercitiva obligue a cortísimo plazo, a la mayoría que hoy tiene auto, a abandonar el transporte individual para someterse al transporte colectivo. Es el objetivo de la ley 6925 que por debajo de la mesa impusieron a nuestro país, idéntica a los enlatados que la Unión Europea ya impuso en muchos países.
El transporte individual genera independencia. Proporciona eficacia económica porque permite al agente que lo usa ser eficiente con su tiempo y sus recursos. Garantiza la dignidad del espacio propio y de la disposición personalizada del espacio. Es un instrumento clásico y potente de la libertad.
Por eso quieren reducirlo al nivel de uso reservado para las élites, como en cualquier dictadura comunista.
La censura de las posiciones científicas que postulan que las emisiones de gases producido por el consumo de las sociedades humanas no son la causa del calentamiento planetario y la supresión policial de cualquier debate del dogma del cambio climático confirman también que los partidarios de la coerción no son honestos.