Condenados

Nueve familias destrozadas. Un joven de 18 años asesinado a golpes. En una hora y media los ocho jóvenes que practicaban rugby destrozaron sus vidas y la de sus familias. Hoy cinco de ellos tienen prisión perpetua en la Argentina; los otros tres, condenas de 15 años de prisión. Todas las familias ahogadas en la angustia y la tristeza.

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Todos los jóvenes iban a ir a la universidad, a disfrutar de sus vidas, seguir una carrera. Vivir.

Un error grave que muchas veces se comente sin pensar; la violencia se apodera de las personas, no tienen la capacidad de detenerse y termina, como todo acto violento, en una tragedia. Me imagino que muchas veces nuestros jóvenes actúan como si el mundo nunca fuera suyo y se llevan todo por delante sin medir las consecuencias. Los adultos tampoco piensan y no establecen límites.

Eso es lo que más hace pensar en este caso. Cómo nadie de los ocho chicos pudo detener la pelea y lo que hubiese significado que hoy podrían haber estado gozando de la vida, de ser jóvenes, estudiar y tener una carrera.

Entiendo, como madre, lo que significa la pérdida por la muerte de un hijo que tenía toda la vida por delante. Pero también entiendo la pérdida de tener un hijo condenado a prisión perpetua. Como madres o padres podemos estar en cualquiera de los lados. Nunca se sabe.

La reflexión que quizás debemos hacernos es ¿Cómo se llegó a esto? ¿Naturalizamos la prepotencia, la violencia, el desprecio hacia el otro? Cuando cultivamos el odio o desprecio hacia los otros, los “diferentes”, en los niños y adolescentes esto trae evidentemente graves consecuencias. Este tipo de tragedias también ocurren en los barrios populares y marginales. Y no se buscan soluciones.

Siempre estamos viendo cómo en situaciones mucho menos graves un chico de 18 o 19 años pobre “ratero” se convierte en nuestra sociedad en un delincuente “peligroso”. Por cuestiones mínimas. Cuando lo que podemos hacer en estos casos, por más que duela la pérdida material, es aprender a perdonar. Dar una segunda oportunidad. Y no fomentar más odio hacia los chicos que viven en situaciones de pobreza y violencia. Y no fomentar tampoco el odio hacia jóvenes que viven en otras condiciones mejores.

En el caso de Fernando Báez Sosa vimos que la Justicia hizo lo suyo pero, por el otro lado, pero tenemos a nueve familias destrozadas.

Este caso tiene que servir para pensar y reflexionar. Cuándo y sobre todo cómo detener situaciones de rabia, odio y violencia.

En una hora y media 8 jóvenes arruinaron sus vidas y vivirán encarcelados por al menos unos 35 años. Una situación dolorosa, terrible, angustiante. Una situación que ningún padre ni madre ha de querer experimentar. Y mucho menos experimentar la perdida de un hijo, para siempre. Todos perdieron.

A veces, la forma en que hablamos de ciertos temas con malicia o desprecio u odio hacia ciertas personas evidentemente influye en la vida de lo nuestros hijos. ¿Qué significa ser una buena madre o padre? ¿Quién tiene la autoridad moral para decir cómo hay que criar a los hijos de “bien”? ¿Qué quiere decir no fueron criados “bien”? Cuando que la vida y educación de nuestros niños y adolescentes depende también de toda la comunidad, la sociedad, el Estado y las familias?

En Paraguay al igual que en la Argentina también hay un odio y desprecio hacia los chicos pobres, y eso va marcando nuestra forma de ver el mundo. Vivir, pensar, actuar, parar, retroceder, tener miedo, abrirse, perdonar, salir, todo vale la pena antes que terminar cometiendo errores que pueden llevarte a pasar el resto de tu vida en la cárcel. Y en los peor de los casos terminar como Fernando.

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