Fernando “el paraguayo”

Pasaron tres años de aquel 18 de enero, cuando el helado que Fernando sostenía en una de sus manos cayera al suelo, luego de que los primeros golpes “a traición”, por la espalda, de los “rugbiers” lo dejaran ya casi inconsciente.

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Pocos segundos después, como en un abrir y cerrar de ojos, las patadas concluyeron y también la vida del muchacho de 18 años.

“A ver si volvés a pegar, negro de mierda”, le gritaba uno de sus asesinos, antes de que el grupo de rugbiers se retirara del lugar, se cambiara de ropa y se vaya a comer hamburguesas al McDonalds. Mientras, Fernando ya no respiraba, a pesar de los intentos de reanimación por parte de sus amigos y desconocidos que buscaban ayudarlo y traerlo de vuelta.

Pasaron tres años de aquel sábado fatídico, cuando Silvino y Graciela recibían la llamada y escuchaban la peor noticia de todas. Aquellos inmigrantes paraguayos, que como tantos otros compatriotas decidieron buscar un mejor futuro en el vecino país, perdían a su único hijo en manos de un grupo de violentos que nunca mostraron arrepentimiento de lo que hicieron.

Y sí, Fernando era paraguayo. Disfrutaba de sus vacaciones en Carapeguá, de donde son oriundos sus padres, entendía el guaraní, conocía las palabras de nuestro idioma, incluso lo hablaba un poco. Fernando era paraguayo, a pesar de que la Constitución Nacional de nuestro país establece que los hijos de madre o padre paraguayos nacidos en el extranjero adquieren la nacionalidad “cuando se radiquen en la República en forma permanente”. No importa, Fernando era de nuestra sangre guaraní.

La falta de oportunidades laborales, el pésimo sistema educativo, el negligente sistema de salud y la dura vida en el interior del país obligan a los compatriotas a radicarse en la Argentina. Fernando pudo haber nacido en Paraguay, pero 70 años de corrupción de nuestros gobernantes obligaron a Silvino y Graciela a emigrar, tal y como ocurrió con otros cientos de miles de connacionales.

Fernando era paraguayo. Así como Agustín, mi hermano, que nació en la Argentina pocos años después de que mamá haya ido a buscar mejores horizontes para ella y para nosotros. Así como Lucas Barrios, nuestro mundialista, o como Leandro Paredes, el campeón del mundo con la albiceleste.

Fernando era paraguayo y por eso, desde su país, sus compatriotas, amigos y conocidos, pedimos justicia y cadena perpetua para sus asesinos.

brian.caceres@abc.com.py

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