Estas palabras nos indican una realidad punzante de la vida humana: el pecado existe, porque alguien lo comete, pero puede ser quitado con cierta clase de actitudes.
Normalmente, al ser humano del siglo XXI no le gusta mucho escuchar sobre el pecado, pues prefiere usar términos más dulzones, como “falta de iluminación... etapas más primitivas... postura equivocada...” y otros.
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es una falta al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna.” (Catecismo 1849)
Con sabiduría y contundencia, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el pecado es una falta contra la razón y es también fallar con relación al amor a Dios y al semejante. ¿Por qué uno falla? Por un apego perverso a ciertos bienes, casi siempre el dinero, y la dramática egolatría. De este apego malévolo brota la desobediencia a Dios, el deseo de hacerse “como dioses”, lo que implica querer ser adorado por los demás y considerarse superior a ellos.
Este apego, esta desobediencia y esta soberbia traen consecuencias desastrosas que tienen nombres concretos y dolorosos: robo, homicidio, promiscuidad sexual, drogadicción, corrupción y tantas cosas que ennegrecen nuestra vida. Es más, tales actos son realizados por una persona humana, que peca y se aleja de Dios, por una decisión explícita de su voluntad. Expulsar a Dios de su corazón y dañar al semejante es una situación grave.
Sin embargo, es posible disminuir y quitar la maldad que hay en el mundo y quien lo hace, por excelencia, es Jesucristo, que acepta vivir como cordero que se pone a servicio, y no como lobo feroz, que manosea a los demás.
Cada bautizado debe seguir las huellas de Cristo, por tanto, ayudar a quitar el pecado del mundo. Para empezar, es necesario limpiar el propio corazón, teniendo en cuenta de que los fines no justifican los medios. Asimismo, ser más disponible.
Debemos quitar el pecado que hay en nuestras familias, a través del diálogo, del perdón y del esfuerzo por hacerla lo que debe ser: una Iglesia doméstica.
Recordemos que en cada Misa el celebrante repite las palabras de Juan Bautista.
Paz y bien
Hno. Joemar Hohmann - Franciscano Capuchino