Los educadores, familiares y profesionales son los principales constructores del futuro de la sociedad y del país porque, gracias a ellos, se logra el desarrollo humano y consecuentemente la existencia de los actores y motores de todos los posibles y deseables desarrollos: social, cultural, moral, económico, científico, tecnológico, político, etc.
Un plan, como el alienado PNTE, que ignora la responsabilidad y derechos de los padres (viola así el derecho natural, la Constitución Nacional y leyes) y que subestima la responsabilidad y derechos de los educadores profesionales, es un plan que condena al Paraguay al subdesarrollo y la miseria humana.
Educar para el futuro requiere que los educadores familiares y profesionales prevean el futuro y planifiquen la educación para él. No es fácil, hay que pedir ayuda a especialistas. Pero por lo menos, hay que tener en cuenta los hechos presentes del futuro que ya nos ha alcanzado.
Los niños, adolescentes y jóvenes de hoy, ya no son del presente tradicional, encarnan una antropología muy diferente a la que tenemos los adultos y ancianos, ellos pertenecen a la antropología virtual.
La antropología virtual investiga el tipo de ser humano que está resultando como producto del uso frecuente de las tecnologías de la información y comunicación virtuales, concretamente por el uso de las computadoras y teléfonos celulares.
El cambio antropológico, es decir, del modo de ser humano, se está produciendo aceleradamente sobre todo en los niños y adolescentes. Ellos están iniciando la vida con una experiencia constante de extensión de algunas capacidades fundamentales en toda persona y especialmente significativas y determinantes a su edad. Pongo ejemplos:
Al usar la computadora o el teléfono celular experimentan que pueden ver realidades a distancias lejanísimas, superiores evidentemente a la distancia que alcanza su vista natural sin esas tecnologías. La misma experiencia tienen con la extensión de sus oídos, que pueden oír a interlocutores de Japón y Alaska. Pueden estar virtualmente presentes, sin mover su cuerpo, en lugares lejanos y simultáneamente en varios escenarios, llegando a esos sitios en menos de un minuto, con solo tocar varias teclas o íconos.
Su memoria encuentra en el disco duro, en la nube y en el fácil acceso a internet unos recursos extraordinariamente fecundos, con potencialidad muy superior a la capacidad de la memoria de su cerebro.
Estas experiencias van configurando en sus cerebros inconscientemente ideas empíricas que nada tienen que ver con los conceptos que venimos usando de presencia, ausencia, distancia, espacio, tiempo, posibilidades de los sentidos, memoria, comunicación interpersonal y social, etc.
Estos niños y adolescentes empiezan la vida con un perfil de ser humano muy diferente al que hemos tenido los adultos a su edad y durante nuestra vida.
Un PNTE que ignora la antropología general y la específica de los niños y adolescentes no nos sirve, no educa a los educandos de hoy y menos a los del futuro inmediato y remoto.
Semejante comentario podemos hacer sobre la sociología de los niños y adolescentes, que han roto las limitadas fronteras de la familia, el barrio y la escuela para sostener relaciones sociales sin fronteras ni control de los padres, frecuentemente adictos a redes sociales pluralistas, indiscriminadamente abiertas con personas de la misma edad o de diferentes edades y culturas.
¿Cómo orientar y educar a las nuevas generaciones para evitar los posibles y reales efectos perniciosos de esta incontrolada sociología? No le pregunten al PNTE, que se ha limitado a plagiar planes extranjeros alienantes.
Junto a la antropología y la sociología, habría que comentar la efervescente psicología de las nuevas generaciones, un inquietante desafío para los educadores familiares y profesionales. La pedagogía científica (también ignorada por el PNTE) va ofreciendo pistas para afrontar estos apremiantes desafíos.
Necesitamos un plan de educación para los educandos reales de hoy, proyectado al futuro. El PNTE no sirve.