Quién dijo que todo está perdido aquí

Mientras facinerosos de la política nos roban impunemente o nos avergüenzan por su ignorancia, hay hechos que nos hacen sentir bien, porque demuestran que en el Paraguay aún existen humanidad y solidaridad. Lo prueban los casos de Anita Blaires Capdevila, Adán Acosta y el gran Inchi Brítez.

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En 1985 Fito Páez lanzó Yo vengo a ofrecer mi corazón, canción que recordé en estos días en que hubo gente que no solo ofreció, sino que entregó su corazón.

El de Anita, la niña que recibió un nuevo corazón que le permite vivir, se volvió un caso vibrante por la expectativa que creó lo grave de su estado.

Hoy Anita reposa en su casa, pocos días después del trasplante. Previamente estuvo 80 días conectada a un corazón artificial. En ciertos momentos se temió que ya no aguantara. Pero apareció un donante.

“Donante”: palabra aterradoramente fría. Porque en este caso significa que hubo alguien que perdió la vida, como en un sacrificio desgarrador para que otra vida fuera posible. Y aquí entra la otra cara de la alegría de Anita y sus padres: la valentía de unos padres que vinieron a ofrecer el corazón vivo de su hijo muerto: Como abrir el pecho y sacar el alma. / Una cuchillada del amor.

Adán Acosta es un trabajador pobre que fue víctima de unos delincuentes pobres (también). En dos semanas sufrió el robo de dos motocicletas. Tras el primer robo retiró otro biciclo a crédito, pues le es imperioso tener una máquina para su trabajo como delivery. Apenas pagó la primera cuota, los asaltantes volvieron a robarle. El hombre expuso su pánico. No tenía ya cómo mantener a sus tres hijos.

Ahí entró en acción un hombre, Alan Riquelme, quien inició una colecta en las redes. También se movió por su parte un grupo de motociclistas, los Riders. Ambas iniciativas se unieron. El resultado, Alan tiene una motocicleta nueva; las cuotas de la segunda, canceladas; dinero para pagar un sistema de GPS y víveres para aguantar hasta que el trabajo comience a rendir. Luna de los pobres siempre abierta, / yo vengo a ofrecer mi corazón.

Edwin Brítez, el popular Inchi para sus amigos, compañeros y colegas del periodismo, se había jubilado poco tiempo atrás. Montó en Piribebuy un establecimiento de producción agrícola con su familia y se dedicó a la vida rural. Lo veíamos gozoso en las redes exhibir el producto de su trabajo.

De pronto se apersonó un cáncer y con él la noticia del altísimo costo de su tratamiento. Entró a funcionar el mecanismo solidario que adoptó el nombre de Inchitón. Inchi se lo merecía. Esta columna que ocupo en ABC la ocupaba anteriormente él. Tengo el compromiso moral de ser digno de tal herencia. ¡Arriba, Inchi! Como un documento inalterable, / yo vengo a ofrecer mi corazón.

Pese a la omnipresente podredumbre política, no todo está perdido aquí. Aún hay gente que viene a ofrecer y a entregar su corazón.

nerifarina@gmail.com

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