La quietud del Chaco parece ser de doble filo en esta época, en donde la zona que por tantos años fue de difícil acceso e inhóspita, hoy se convierte en el entorno perfecto para pasar desapercibido, cualquiera sea la actividad a la que el ciudadano se dedique. Esto se debe en gran parte a que el Chaco hoy día está más en el mapa que nunca, gracias a las obras de vialidad que reflotaron en la zona del olvido estatal.
No se sabe para quiénes eran las armas, tampoco de dónde fueron traídas y menos qué pretendían hacer con ellas. Lo que sí se sabe es que el comercio de este tipo de artilugios escapa fácilmente al control de las autoridades, la mayoría de las veces simplemente porque mucho de lo que ocurre en el Chaco está sellado con un hermetismo difícil de quebrar, especialmente cuando los hechos involucran a los colonos o germanos descendientes.
Existe un acuerdo no escrito en el cual todo lo que pueda solucionarse en los límites de la ciudad, se haga de esa forma. Muchas de esas conductas tienen su origen en las décadas de autogestión que los primeros habitantes tuvieron que aplicar pero, con el desarrollo tanto económico como social del Chaco, la injerencia de las autoridades en este tipo de hechos es cada vez mayor, lo cual no equivale a que los procesos sean justos pero sí públicos.
El Chaco es un remanso de paz, pero quienes vivimos y apreciamos la tranquilidad de la zona sabemos que se trata de una paz frágil, la cual se puede quebrar cada vez más fácilmente por la ambición y deshonestidad de terceros, que ven esos elementos propicios para delinquir y cuyos valores no son precisamente la honestidad.