El Parque Caballero, una causa perdida

“El Parque Caballero ofrece paisajes de raro encanto. La fresca brisa del río corre por sus rumorosas avenidas. Un cafetal se ensangrenta de frutos en los otoños. Árboles de yerba mate forman montículos artificiales. Los fuertes lapachos de flores rosadas y amarillas nacen a lo largo de las rutas. El agua duerme en los estanques y canta en las cascadas, mientras algún pájaro hierático y zancudo medita en sus orillas”.

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La descripción corresponde a J. Natalicio González y fue recogida por Arturo Bordón en su Guía Geográfica de Turismo (1932). Incluye fotografías que avalan toda su belleza y esplendor: los lagos del parque, un mirador con balaustrada sobre el entonces brazo del desaparecido riacho Caracara, uno de los surtidores de agua que emulaba un jardín romano.

El parque Municipal desde 1923 lleva el nombre del exgobernante General Bernardino Caballero, quien vivía allí junto con su esposa María Concepción Díaz de Bedoya, la viuda del presidente Juan Bautista Gill, quien había heredando la quinta de sus antepasados. Desde los tiempos coloniales, el predio que llegó a tener 20 hectáreas y que llegaba hasta el río Paraguay, pertenecía a su abuelo don José Díaz de Bedoya, casado en segundas nupcias con doña Juana María de Lara.

Cuando los intendentes Albino Mernes y Miguel Ángel Alfaro decidieron convertirlo en el principal pulmón verde y recreo del Centro Histórico de Asunción el espacio público -además de su belleza natural- tenía exquisitos atractivos como parte del equipamiento urbano, tenía gran valor histórico, social y cultural para el país.

Entre sus varios encantos estaba el “Chorro” Caballero, donde la leyenda urbana dice que el Centauro de Ybycuí se bañaba tal como vino al mundo, ocasión en que era frecuentado por las doncellas que le veían como un verdadero playboy de entonces lo que le ayudó a repartir hijos para repoblar el país. “Guapo mozo, de rubia cabellera y ojos azules, gallarda planta y delicadas facciones, su bizarra estampa de fogoso jinete cruza como una centella en los entreveros de la lucha”, dice de él Arturo Bray (Hombres y épocas del Paraguay).

Aparte de su esbelta figura no le faltaban dinero ni poder para ser un cotizado sugar daddy de la sociedad de entonces. Héroe de la Guerra contra la Triple Alianza y Presidente de la República, sin lugar a dudas era “el preferido de las damas de la época (...) resultaba normal que muchos congéneres del general admiren o envidien su fama de mujeriego” (Bernardino Caballero, Erasmo González).

Así las cosas “dejó numerosa descendencia”, a decir de Luis G. Benítez (Breve Historia de Grandes Hombres). Tuvo decenas de hijos, por lo menos los reconocidos.

El parque tenía viveros y almáciga, pérgola, cancha de tenis, “la Glorieta del General (bajo cuya enramada se resolvían los grandes problemas del Estado, en época de la hegemonía de Bernardino Caballero), el Café del Parque, antigua residencia de la familia Caballero, etc.” Luego aparecieron el palomar, hoy perdido entre las chatarras del departamento de Servicios Urbanos y la piscina Olímpica, verdadero semillero de nadadores de varias generaciones.

Ese sitio lleno de naturaleza e historia para Asunción se debate entre el ser o no ser parte esencial de la Capital de la República. Un paraje que otrora representaba el orgullo para la “Madre de Ciudades” desde hace décadas convive entre la basura y los escombros de un pasado aristocrático.

Y desde ese lugar partió en 1912 el cortejo fúnebre del gran General entre la multitudinaria aclamación popular quizás igualando a Don Carlos A. López.

Recuperar el Parque Caballero es una deuda histórica que le deben a Asunción todos sus intendentes que lo prometieron en sus campañas electorales, desde Carlos Filizzola hasta el actual Óscar Nenecho Rodríguez. En 30 años sólo le pudieron hacer parches que desaparecieron con el primer raudal. El rescate de este parque debe dejar de ser una causa perdida para los asuncenos y la historia misma de la ciudad.

pgomez@abc.com.py

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